OPINIÓN | Edición del día Martes 05 de Julio de 2016

Por Dardo Gasparré* Especial para El Observador

Ahora, una constitución chavista

En el último año y medio de su mandato, nuestra señora de Kirchner y sus asociados acariciaron la idea de proponer una reforma de la Constitución. El argumento central era inmortalizar las supuestas conquistas sociales para que nadie osara retroceder sobre semejantes logros e infalibilidades. No lo logró totalmente, pero dejó por otras vías un grave campo minado de serios costos y daños.

Siguiendo con la impronta de la izquierda de copiar las mayores estupideces argentinas, el Frente Amplio avanza ahora con el mismo sueño y parecidos argumentos. Hay un contrasentido notable en esa idea: el populismo suele repartir beneficios en el corto plazo, que son maleficios en el largo plazo. Sería irresponsable condenar a la sociedad al estampar muchas de sus barrabasadas en la Constitución. Y el Frente Amplio –no hace falta ya pruebas– es una coalición populista de la más pura raigambre.

Con los continuos cambios en el escenario mundial, los gobiernos deben hacer lo que más convenga a sus países, no a su ideología. Plasmar esas ideologías sectoriales sobre aspectos concretos en una carta magna es condenar a futuros gobernantes a ataduras que no garantizan ningún derecho verdadero, ni ninguna conquista duradera. Para usar términos más comprensibles, el riesgo es condenar a Uruguay a la parálisis ideológica inducida, tras ponerlo de rodillas dentro de la región y dejarlo sin alternativas.

Porque el Frente, con la unanimidad de sus cuatro presidenciables, quiere justamente embretar a la sociedad uruguaya para que no tenga sino un solo camino: la dictadura a la venezolana. Eso surge claramente de la declarada pretensión de la supuesta reforma de apuntar a la integración con la Patria Grande, un disparate en el que nadie cree y que agoniza antes de nacer por obra de la realidad.

La Constitución ya tiene algunas hipotecas insalvables contenidas, como la garantía ad eternum del empleo público, que se han incorporado como la voz de Dios pero que implican rigideces que tornan muy difícil la adaptación a un mundo cambiante, y que llevan al atraso. Sería grave agregar más rigideces precisas y puntuales, cuando lo que se discute globalmente es la necesidad de flexibilizarlas, no de entronizarlas.

La idea de crear tal herencia jurídica forzosa es antidemocrática, totalitaria y ciertamente poco inteligente, para no decir poco patriótica, un adjetivo que al Frente no le interesa. Se puede esgrimir el falaz argumento de que en el futuro si el pueblo quiere puede hacer otra reforma. Simplemente es mentira y no permitirán hacerlo, con algunos de los métodos del posgrado dictatorial de Maduro. Tampoco suena serio el planteo de legislar cualquier extremismo porque si no funciona se podrá cambiar.

Una constitución no es un manifiesto partidario, ni una imposición de un gobierno a sus sucesores. Por eso es adecuado que trate de principios y garantías, pero no de derechos otorgados al por mayor irresponsablemente, sin contrapartidas ni obligaciones.

Tampoco es el reglamento interno de un partido o de una corriente ideológica o política. Transformar al presidente en una marioneta es una aspiración que es continuidad de algunas incoherencias que ya se han filtrado en el sistema político. El mecanismo de alianzas, el ilegal procedimiento de votación interna vinculante dentro del Frente, el debate permanente y por capas que criban cada decisión, más bien debe ser fulminado por una hipotética nueva constitución, no profundizado. Difícilmente esos procederes puedan denominarse democráticos, a pesar de que se esgrima ese adjetivo como una cruz frente a los vampiros que propongan eliminar la estudiantina gremialista como método de gobierno.

La futura constitución frentista pretende, según confiesan, condicionar al máximo los tratados de libre comercio que tanto temor parecen causar y atar a Uruguay a un mundo imaginario de perdedores. La idea es catastrófica. Plantarla en el texto constitucional es suicida.

Esta vieja confusión socialista de creer que la carta magna es un punteo de deseos y buenas intenciones, una lista de compras de bienestar y comodidad, ha dado terribles resultados y ha condenado a muchos pueblos no solo al atraso sino a situaciones extremas.

Por otra parte, el Frente ha demostrado su incapacidad absoluta para cumplir los compromisos del Estado con la sociedad que sí debería haber cumplido a toda costa: la seguridad y la educación por ejemplo, garantías elementales que ha licuado entre su garantismo, su dispendio y su incapacidad de gestión. Agregar ahora el derecho a la felicidad y similares, como todo populismo, no parece una propuesta seria.

–No es el momento –dicen algunos sectores frentistas para bajar la guardia de la población. Argumento oportunista si los hay, que muestra la poca solidez y convicción de la propuesta, que tiene solamente propósitos continuistas. Nunca es momento para crear semejante grieta en la sociedad oriental, que debe preocuparse y ocuparse de temas más acuciantes y concretos.

Porque al lanzar esta desesperada idea el Frente Amplio está aceptando que su tiempo y su momento han pasado y su oportunidad de realizar el sueño de la vieja guerrilla, el experimento tercermundista obsoleto de fusionar la Patria en la Patria Grande chavista, se está extinguiendo.

Por eso quiere sabotear la Constitución y transformarla en un campo minado. Como nuestra señora de Kirchner.

OPINIÓN | Edición del día Martes 28 de Junio de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Murió el sueño del tratado con Europa

La decisión del pueblo británico, irracional, en mi percepción, tiene sin embargo la virtud de permitir predecir matemáticamente el futuro. Las sociedades de los países miembros de la Unión Europea van a exigir más irresponsabilidad fiscal de los gobiernos, y Bruselas –chivo expiatorio del Brexit– lo convalidará y bendecirá.

La ficción del euro, sostenida hace rato con alfileres monetarios y emisionistas, continuará con más programas de compra de activos, refinanciaciones de deudas, rescates bancarios, salvatajes de países y empresas. Ahora se le agregarán tolerancias y déficits mayores.

Como consecuencia de estas políticas, los términos competitivos se deteriorarán. Eso, unido a la necesidad de crear trabajo para compensar el que fue supuestamente expropiado por la migración, llevará a políticas proteccionistas que cerrarán el intercambio extrazona y transformarán el bloque de un espacio de libre comercio imperfecto, como era, en una unión aduanera.

Los ajustes que se preveían en los sistemas jubilatorios y laborales, como en el caso de Francia, se retrotraerán o suavizarán hasta la nada, para evitar más Euroexits. El Reino Unido será tratado con poca consideración con fines ejemplificantes y porque el resto de Europa se repartirá sus exportaciones como la herencia de un gitano muerto.

La amenaza de secesiones o separatismos en cada país, o de fuertes presiones para salir de la Unión, es un germen mortal de populismo que se ha plantado ya en Europa y que se reproducirá durante varios años. El populismo acaba de mudarse de América del Sur al viejo continente.

Ese populismo se extenderá a los temas de inmigración, de modo que preparémonos para hacer aflorar nuestra proverbial sensibilidad con dinero ajeno cuando los camiones con migrantes no puedan entrar a ningún país y sean abandonados al hambre, lo que de paso vendrá bien para obligar a tomar posición en el tema del Islam, lo que se ha evitado hacer con declaraciones políticamente correctas, pero inconducentes. Y no habría que excluir a priori una mayor participación bélica de la OTAN en las zonas de terrorismo.

(Uruguay ya aprendió, por otra parte, que los migrantes islamitas no huyen desesperados por la guerra, sino que usan la guerra para conseguir emigrar con ventajas a los países más ricos del sistema, no a cualquier refugio).

La situación en el Reino Unido no será distinta. Tras el gigantesco error político de Cameron, sus sucesores serán complacientes y lábiles, la tendencia será proteccionista y populista, las ideas arcaicas. No hay razón alguna para creer que detrás de este exabrupto democrático descansa un intento de grandeza, de libertad de comercio, de apuesta a la creatividad y la innovación, de seriedad fiscal ni de ortodoxia económica.

Coherente con esas tendencias, y también con la enorme incertidumbre que se ha creado en el área, no es difícil prever que la inversión se retaceará, con lo que también caerá el empleo, agudizando el círculo vicioso que describimos y por la tozudez en seguir aumentando salarios contra toda lógica.

Se ha profundizado la grieta en Europa y dentro de cada uno de sus países. La que tanto conocemos por estas tierras. Entre los que crean, trabajan, estudian, se forman, producen y los que votan por un mundo de bienestar donde el estado garantiza la felicidad, ya se trate de las naciones o de las uniones supranacionales. Entre los que creen en la libertad de comerciar y progresar y los que sostienen que “Bruselas es insensible”. Europa volverá a ser un mundo de desempleados caros y de jóvenes timoratos de competir y hasta de tomar el riesgo de vivir.

Esta predicción no es para amargar al lector, simplemente, aunque a veces creo que se lo merece, sino porque interesa para repasar las opciones del Río de la Plata.

Durante años, cada vez que Uruguay llegó a la conclusión imperiosa de que debía abrirse comercialmente, la frase que surgía a continuación era “se están haciendo los acercamientos con la Unión Europea”. Tenía una razón. Europa no era el capitalismo yanqui y se soñaba conque ese bloque no exigiría reciprocidades, y hasta se especulaba con que abandonaría su proteccionismo agrícola.

Esas posibilidades, suponiendo que alguna vez hayan existido, han desaparecido, tanto en Europa como en el Reino Unido. Salvo la afinidad del populismo y algunas ideas obsoletas compartidas o que irán resucitando, el viejo mundo será nuevamente para los uruguayos un lugar turístico, de museos, shopping y buena comida, tan solo.

El panorama es similar para Argentina, pero mi país tiene más esperanzas puestas en Estados Unidos y eventualmente en China, y más posibilidades y alternativas de intercambio. Con lo que Uruguay se sigue quedando atrapado en su ideología, sus temores, su proteccionismo sindical-empresario y su dialéctica.

Un importante estudio internacional de auditoría y servicios empresarios decía hace pocos días que –como el sistema uruguayo se negaba a bajar el gasto– la alternativa, si se requería algún ajuste adicional, eran nuevos impuestos. No querría ser asesorado por especialistas con este pensamiento limitado y complaciente, pero la aseveración tiene una dosis de verdad: la única alternativa que parece restarle al gobierno es seguir aumentando impuestos o tarifas, que es lo mismo pero solapadamente.

Esto es lo que técnicamente se llama populismo. Esto es lo que ha llevado a Europa al Brexit: el voto popular decidiendo que para no ser insensible y en nombre de la libertad, hay que aumentar el déficit, el reparto y el cierre de la economía. Aunque, en un mundo de dialéctica vacua, no se le llama populismo. Se le llama democracia.