Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Lo mejor para Argentina es lo mejor para Uruguay

Disipado el humo del debate supuestamente histórico, pero en la práctica solo retórico, como quedó claro, hay varios indicadores que llevan a pensar que el domingo Mauricio Macri será consagrado presidente de Argentina.

Esa es posiblemente, la mejor opción que tiene mi país en este momento, tanto si se analiza la situación interna como el actual orden económico mundial. Es evidente que el kirchnerismo, en cualquiera de sus formatos, pieles, máscaras y disfraces, ha agotado su tiempo. También ha agotado a los argentinos.

Macri es, al menos, una esperanza. No es eso lo que inspira Scioli.

En el orden internacional, un aspecto clave para estos países nuestros, Cambiemos está mejor preparado tanto para reinsertarse en el mundo como para ofrecer una plataforma de seriedad y respeto por las normas que son de rigor para pertenecer.

Esa reinserción no es optativa. No solo para la obtención de crédito, al que todavía puede accederse en términos razonables. El punto central es el comercio internacional.

Y aquí es donde los intereses rioplatenses convergen.

Por vocación y por los límites que le creará la conformación del Congreso, Macri no podrá bajar el gasto, suponiendo que quisiera hacerlo, fuera de algunos retoques que corrijan evidentes barbaridades.

Debe permitir que el peso se devalúe para resucitar la única generación de divisas de que dispone, que es el agro, pero debe evitar que ello incida sobre la inflación, lo que comenzaría una carrera que no desea. Entonces tendrá que neutralizar el monumental exceso de pesos que hereda, vía la tasa de interés y cortando de inmediato la emisión.

Esas medidas frenarán la inflación pero enfriarán la actividad. Para contrarrestar esos efectos tiene un solo camino: aumentar la exportación y el comercio internacional y generar un inmediato auge de crecimiento que aumente el empleo y neutralice la inflación con incremento de producción.

Seguramente una liberación del mercado cambiario y la vuelta a prácticas sanas de libertad financiera, seguridad jurídica, cumplimiento y seriedad de información crearán un fuerte regreso de inversiones. Eso resolverá las crisis de energía, transporte y caminos. Y aumentará la producción.

Esa combinación de un presidente sin resentimientos y una apuesta al crecimiento representa una oportunidad para Uruguay. Argentina pasará a ser automáticamente un socio interesante y confiable. Al mismo tiempo, recuperará su valor como importante comprador natural de bienes orientales.

Pero el punto más importante es la necesidad de aumentar el comercio internacional de ambos países. En un escenario global que se ha tornado menos generoso con la apertura de mercados, el subsistema rioplatense tiene que conformar una alianza de fondo.

Para empujar a Brasil a un rediseño del Mercosur, hasta ahora un cómodo acuario donde pescaban los vecinos del norte, o para diseñar una estrategia que les permita contrarrestar este nuevo mundo de los TLC, que pueden transformarse –y lo harán– en uniones aduaneras que no solo no nos compren productos no tradicionales, sino que dejen de comprarnos los tradicionales.

Esa tarea requiere mucha cohesión entre los miembros del Mercosur y, como ya he sostenido, la exclusión de Venezuela mientras insista en ser un país de pacotilla. No será fácil de todos modos. Harán falta acercamientos diplomáticos estratégicos con Estados Unidos y Europa y un enfoque conjunto de la aproximación a China y Rusia, no al voleo.

La idea de incorporarse al TPP, como se ha leído en estos días, se opone al concepto geopolítico de ese tratado. A menos que se extienda el Pacífico hasta Punta del Este, algo complejo.

No se puede entrar al TPP, pero se puede negociar con él. O con Estados Unidos, si se prefiere. Aunque el acercamiento excede los aspectos comerciales.

Uruguay no tiene muchas opciones. No puede ser un quijote solitario tratando de negociar con un mundo que no tiene ganas de negociar con él, de paso sin ofrecer reciprocidad. Eso es cierto para los demás socios del Mercosur, aunque en menor medida.

El domingo, Argentina puede comenzar a transitar un camino nuevo en su inserción mundial. Lo ideal es que lo haga en bloque con Uruguay, una alianza natural. Hay un problema, sin embargo. La ignorancia del Frente Amplio de las reglas del comercio internacional, y aún de la diplomacia, puede paralizar a todos sus socios.

Cuando Argentina comience su impostergable recuperación, ello se hará más evidente, y tal vez ayude a un cambio en la sistemática negación de la realidad a que nos ha acostumbrado y se ha acostumbrado el populismo regional.

El gobierno del Frente está aún en su etapa de negación y rechaza cualquier síntoma de recesión y desempleo, que le están gritando que ha llegado al límite. Sus ideas se parecen al pensamiento autocomplaciente y vetusto de Daniel Scioli.

Sin embargo, tal vez se vea obligado en algún momento cercano a abrir los ojos ante la evidencia. El cambio de paradigma argentino lo puede motivar. Es hora de inspirarse en lo bueno, no en lo malo que tenemos.

Es de esperar que cuando se decida no sea demasiado tarde para decir “Cambiemos”. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La resistencia anémica del populismo

Todo indica que de no mediar un brote antidemocrático agudo de Cristina Fernández, Argentina retomará un rumbo de sensatez económica y política y de respeto republicano.

Ese momento coincide con un escenario global mucho menos favorable que el de los últimos ocho años para los países emergentes y con la consecuente necesidad de replantearse el modo en que cada nación se posiciona frente a esa realidad.

En Sudamérica (si se me permite el uso de esa denominación precisa en vez de la macondiana de América Latina) existen varios modelos de populismo que fueron posibles en la bonanza, pero que se quedarán sin sangre para chupar con este nuevo panorama, que no será de corto plazo.

Brasil, con un sistema corrupto y proteccionismo industrial insostenible, usando el Mercosur como un cepo para impedir cualquier apertura de sus socios.

Ecuador y Bolivia, autocracias vitalicias, están sufriendo con sus economías dependientes de industrias extractivas con precios en caída y recurriendo al endeudamiento.

Venezuela ya en vías de su total sinceramiento como comunismo criminal latino, aislada del mundo, con el precio de su único bien de cambio por el suelo y sin crédito, los derechos y garantías despreciados y burlados, su pueblo esclavizado.

Chile, cuya presidenta Bachelet prometió el reparto generoso de riqueza y bienestar, ha debido retroceder en su demagogia y colgarse del tren del TPP con todas las implicancias antipopulistas que ello implica.

El de Argentina, un cleptopopulismo, que soborna a la población con algunas dádivas para poder seguir robando a mansalva y masivamente, y de paso destruye con su ignorancia deliberada su cultura, su historia, su justicia y su educación, y entrega el país al narco.

Y el de Uruguay. Un populismo con estilo oriental. Respetuoso y lento en las apariencias. Pero profundo, penetrante, persistente y trágico. Una democracia casi perfecta, de la que se han apoderado los partidos, sin base constitucional alguna, expropiación de la que ahora hace uso y abuso el Frente Amplio.

Salvo Chile, que ha renunciado hace rato a su condición regional y ahora se aferra al TPP, con las claudicaciones al credo populista que eso implica, los otros países nombrados tienen un problema común: la mentira del reparto continuo se queda sin financiamiento. Los vampiros mueren si no hay sangre para chupar.

En esa instancia, las relaciones internacionales se vuelven fundamentales. La capacidad de los gobernantes para posicionar y guiar a sus países es primordial. De la imagen personal, la visión y la capacidad de convicción de cada presidente depende el destino de sus conciudadanos. Nunca tanto como en momentos como el actual hacen falta los auténticos líderes y estadistas.

En ese preciso momento mundial, Argentina está a un paso de hacer un cambio de paradigma de importancia estratégica, que aun cuando le tomará varios años y un enorme esfuerzo en todo sentido, será fundamental para el bienestar y el futuro de su población. Una importante oportunidad.

¿Y Uruguay?

En esta inflexión global de perspectivas, parece tener dos problemas de fondo. El primero es la negación. “No hay recesión, no hay que provocar una profecía autocumplible”, parece ser la idea de fondo. Es muy difícil luchar contra la ceguera deliberada selectiva. Mucho más si es colectiva.

Un sistema económico que reindexa la inflación en dólares cada año, como un derecho universalizado y divino, es, en sí mismo, una mentira. Nada más que ese concepto es catastrófico.

Muchos de los bancos y servicios internacionales que están repatriando a su personal o llevándose el personal local al exterior, cuentan que los sueldos en dólares en Uruguay han aumentado en 12 años 70% en dólares versus los valores internacionales, por ejemplo.

Lo que se percibe como una conquista irrenunciable es una insensatez económica y lógica que termina de un solo modo: desempleo. Eso está ocurriendo en este mismo momento. Basta hacer un recorrido por las pequeñas empresas. Las consecuencias no serán menores.

El segundo problema, más grave, es la falta de una estrategia geopolítica y sobre todo de un líder en la generación y desarrollo de esa estrategia.

Atado por sus propias convicciones y por el politburó de su Frente, el presidente Vázquez no tiene poder, credibilidad, autonomía ni ideas para negociar internacionalmente. Tampoco para persuadir a su propia alianza.

El coautor junto al nefasto Néstor Kirchner del sabotaje al ALCA, ahora ni siquiera puede arrepentirse y acercarse al TPP, al TISA o a cualquier tratadito de libre comercio más o menos relevante, sin tener el veto o el condicionamiento inmediato de su “auditoría interna”.

Sabe que la salida está en comerciar con el mundo. Sabe que eso implica concesiones. Pero no puede negociar porque pertenece a un Frente para el que la negociación es claudicación. Es casi una patética figura sin poder.

Tampoco puede acercarse más a Estados Unidos, que podría unilateralmente ayudar al país con un par de decisiones que le abrirían muchos caminos de crecimiento, como suele hacer con sus amigos. No habrá tal acercamiento, porque no puede traicionar sus convicciones ni enojar a su Frente. En tal estado, Uruguay prefiere elegir los peores socios. Dilma cuestionada por corrupta. Cristina, elegida por Mujica cuando era una ganadora. Ahora, Vázquez redobla la apuesta con Scioli, un perdedor.

Las relaciones exteriores, finalmente en ellas se entroncan los TLC, no son una cuestión de preferencias de los gobernantes, ni de ideologías. Son una cuestión de intereses. La colusión política del Mercosur y alrededores no es una estrategia geopolítica. Es solo un mecanismo de encubrimiento despreciable y delictivo.

Si el Frente Amplio no es capaz de poner al país por encima de su ideología y hacer el esfuerzo intelectual mínimo para entender cómo funciona el mundo, el presidente Vázquez debe hacerlo. No fue elegido como delegado general del politburó.

El cambio en Argentina, el cambio que, aun contra Dilma Rousseff viene en Brasil, no son movimientos circunstanciales ni tampoco ideológicos. Uruguay debe estar en condiciones de participar de las decisiones en el Mercosur y de forzarlas, decisiones que no serán menores y que requerirán compromisos hacia afuera y hacia adentro. Esos cambios se extenderán al resto de Sudamérica, les guste o no a los populistas.

Por supuesto, es posible seguir mirándose el ombligo, como el premonitorio Greetingman, y esperar conseguir algo más para redistribuir. Desgraciadamente ello tendría altos costos para la sociedad oriental en el futuro. Irremontables.

Tabaré Vázquez, en la disyuntiva entre su partido y su país, se debate también entre la intrascendencia y la historia. l