Por qué es vital que la Corte no sea una
Korte
Cualquiera
que fuere el triunfador en las elecciones de octubre necesitará de una Corte
imparcial y con un gran ¨timing¨
político, sin descartar una cuota de patriotismo.
El
peronismo dejó siempre como herencia situaciones institucionales y jurídicas
caóticas que debieron ser resueltas ¨manu militari¨. El menemismo parece una excepción, porque
además de no haber sido una gestión típicamente justicialista, contó con la transición mártir de Fernando de
la Rúa que absorbió y se compró el estallido.
Los
militares desactivaban como podían el
entuerto jurídico - económico - institucional del peronismo y para ello contaban
con la comprensión y el apoyo de las respectivas Cortes.
Ahora
la situación es acaso peor. Con algunos agregados.
Si
suponemos que Mauricio Macri o Sergio Massa están interesados en sanear el
presupuesto, por ejemplo, se encontrarían con serios obstáculos jurídicos para
hacerlo. Los mismos que se burlaron de todos los derechos, opondrían ahora los
suyos para defender sus ventajas espurias.
Contratistas,
tercerizadores, empleados designados a dedo y con sueldos de jerarcas, intermediarios
con negocios con otros países, concesionarios nacionales y extranjeros de áreas
petrolíferas, de pesca o minería, opondrán sus derechos adquiridos e iniciarán
juicios de todo tipo, con un alto costo potencial.
Lo
mismo ocurrirá con los convenios y acuerdos firmados con Rusia o China, cuyo
contenido ni siquiera es totalmente conocido y que tal vez comprometan valores
más importantes que los económicos. Nada
más que los recursos de amparo que se presentarán por estos temas bastarían
para paralizar cualquier gestión.
Piénsese
en las reformas legales imperiosas que se requieren, la negociación con los
holdouts, los códigos y la seguridad, por ejemplo, para imaginar las dificultades
y trabas.
A
este panorama hay que agregarle el de las huelgas, paros y acciones sindicales
que surgirán como consecuencia de cualquier intento de organización racional
del estado, o con cualquier decisión que quite poder al kirchnerismo residual.
Este
kirchnerismo residual, todavía con mayoría en el Senado y con una importante
presencia propia y de aliados políticos o ideológicos en Diputados, será una
especie de Tea Party doméstico que se
opondrá tenazmente a cualquier medida que intente recuperar la cordura política
o económica o cualquier concepto republicano. No olvidemos que temas como la
deuda o el presupuesto dependen del Congreso.
Me
luce algo pueril la idea de que, perdida la caja, el poder de Cristina Kirchner
no se hará notar en el peronismo. Y si no fuera pueril sería por lo menos una
peligrosa esperanza.
Con ese panorama, será necesario contar
con algún tipo de acuerdo político con la Corte, un órgano político al fin, que
reconozca la situación de verdadera emergencia y gravedad institucional y división
social a que se enfrenta el país y lo plasme en algunos conceptos de fondo que
enmarquen el accionar jurídico.
Sin
un acuerdo de esas características, casi no tiene sentido asumir la Presidencia
de la Nación.
Es
cierto que entre Macri y Massa hay diferencias y que la problemática de ambos
no sería idéntica, pero la realidad los haría enfrentarse inevitablemente a el
mismo problema.
Y
tampoco debe omitirse que una parte importante de la sociedad querrá ver una
sanción penal contra la corrupción rampante del kirchnerismo, es decir, querrá
ver a alguien preso. No será fácil para cualquier nuevo gobierno omitir ese
paso, ni dejarlo diluir en algún juzgado complaciente. Más bien es posible que
deba procurar encarcelar a algún juez.
La
diferencia entre comenzar el mandato con una Corte profesional y republicana o
una Corte con perfil kirchnerista no es entonces un tema de mera búsqueda de
impunidad de la presidente.
El caso de Daniel Scioli es
distinto, porque difícilmente tenga el margen de libertad, o de coraje, para hacer lo que hemos descripto. Además, si su
vicepresidente es del riñón (o del útero) kirchnerista, como es probable que
ocurra, las presiones que tendrá sobre él serán inaguantables.
Esas presiones bien pueden incluir la de
renunciar para dejar el poder en manos de su vicepresidente, con quién sabe que
resultado.
Scioli
necesitaría entonces con más razón una Corte seria y republicana para
enfrentarse a esas presiones.
Lo
que luce evidente es que en una sociedad en que se ha perdido el concepto
republicano y que requiere una refundación en muchos planos, políticos, éticos
y económicos, no se puede gobernar con el Congreso en contra y simultáneamente
sin una Corte Suprema que entienda la emergencia y proceda en consecuencia.
Y no hablemos de lo que
se necesitará en ese Cuerpo si un nuevo Ejecutivo fuera directamente
continuador de las nopolíticas de Cristina Kirchner.
Por
eso el manoseo del gobierno a la Corte no es algo que deba contemplarse como un
partido de fútbol, un culebrón o un conventillerío más de los que solemos
presenciar. Clama por
una acción ciudadana contundente y por una reacción efectiva de la oposición. Tiene que ver con la esperanza y el cambio en el que
tanto necesitamos creer.
La
lucha se libra ahora. No en octubre, ni en 2016. Ahí será tarde.
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