OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Diciembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La nueva época argentina

Lo que ocurre en Argentina a pocos días de la elección de Mauricio Macri como presidente es la mejor demostración de lo que puede la confianza en la economía y en la sociedad en un todo. La fides latina, tanto en su significado más simple como en el sentido de fiducia, fideicomiso.

Nada es igual. En parte, porque cualquier alternativa es mejor que Cristina Fernández de Kirchner y sus inimputables. En parte, porque Macri trae un mensaje de esperanza, de gestión, de diálogo, de defensa del interés colectivo, de honestidad, de lucha contra la corrupción y la inseguridad y sobre todo, de no caer en el juego arcaico y melancólico de las ideologías, el verdadero opio de los pueblos modernos.

Sin haber asumido, y sin haber tomado obviamente ninguna medida, Macri ha cambiado por presencia el posicionamiento internacional del país, lo ha vuelto a poner en el mapa y ha reflotado el optimismo de los argentinos con vocación de trabajar y producir.

La democracia, cosa que habíamos olvidado con Fernández de Kirchner, es un fideicomiso que la sociedad hace a favor de un gobierno al que confía su futuro. Espera que tanto sus patrimonios como sus esperanzas y necesidades sean cuidados religiosamente y les sean devueltos intactos al fin del mandato, si es posible en mejor situación.

Macri está recreando ese contrato. Finalmente, fides significa confianza, pero también lealtad.

Sus ministros son respetados, formados y con mucha experiencia de gestión, imprescindibles en un país que debe reorganizarse íntegramente, refundar su sistema rentístico y su federalismo, viejo sueño que nunca se cumplió por el totalitarismo de los gobiernos tanto democráticos como militares.

Tienen por delante una misión casi imposible. Por lo menos si se mide el tiempo con relación a los cuatro años que dura este mandato. El gasto público que hereda es un laberinto digno de Dédalo, equivalente a 10 veces el producto bruto de Uruguay. No es posible pensar en una economía sólida en el mediano plazo sin bajar esa monstruosa carga. Pensar en licuarla vía el crecimiento es no recordar la historia, ni entender cómo funciona la corrupción privada-estatal.

Pero al mismo tiempo, Macri tiene un cepo. O un doble cepo. Uno, el que le forzó a colocarse la campaña del miedo de Scioli, que lo obligó a prometer que nada cambiaría, ni siquiera barbaridades como Aerolíneas o Fútbol para todos, para citar obviedades. Otro, su convencimiento y el de todo su equipo y sus consejeros y amigos del establishment de que las normas que deben aplicarse no son las recetas de prolijidad fiscal del Fondo Monetario. En eso, acaso sólo en eso, se parece a Cristina.

El nivel de gasto existente, más el que le arroja incansablemente en sus últimos minutos la expresidenta, más el que se producirá o aparecerá hasta el 10 de diciembre, que excede todo límite de decencia, se multiplicará cuando se vean las cuentas hasta ahora ocultas y se descubran todas las mentiras. A eso habrá que sumarle los juicios de los contratos ocultos y los que iniciarán las empresas amigas de Kirchner, si no sus propias empresas secretas. La mafia alegará sus derechos adquiridos y la seguridad jurídica.

Argentina apostará una vez más al crecimiento. Como otras veces en su historia. Tiene con qué hacerlo, felizmente. Su agro está intacto. Su nivel de desaprovechamiento ha sido tal que es posible imaginar hasta una duplicación de la exportación con probabilidades de acertar. Tiene un crédito externo que ya empezó a golpear a sus puertas, casi sin llamarlo. Habrá que ver si se usa para crecer y sobre todo para innovar, o se diluye en pagar lo que se siga gastando.

El nuevo gobierno se hace cargo no sólo de gastos, déficit económico y deudas financieras. También recibe otras deudas. La de destapar la corrupción que nunca se le perdonará al kirchnerismo y sancionar a los que saquearon la Nación. La de consolidar las reglas democráticas y sobre todo las reglas republicanas para que no vuelva nunca la sociedad a estar en manos de aventureros que usen la democracia para acceder y luego la bastardeen para perpetuarse.

La deuda de llevar al país a ser algo aunque sea parecido a lo que alguna vez fue, en educación, en solidaridad, en cultura, en pujanza. La deuda de recuperar el orgullo y la dignidad del trabajo y el progreso, un hábito que los abuelos de tantas religiones, nacionalidades y raza nos dejaron. Y una deuda superior: la de volver a identificarnos como compatriotas, sin brechas ni odios, más allá de las convicciones o intereses de cada uno.

Ya la ciudadanía sabe que el último brote de putrefacción fue la amenaza de un baño de sangre si se publicitaban los verdaderos números de la derrota del Frente para la Victoria. Como lo hizo Macri, la gente ha preferido dejar pasar este coletazo ponzoñoso final. Quiere mirar para adelante.

En otras épocas, de un oprobio de tal magnitud como el sufrido, se habría salido con un golpe de estado y un borrón y cuenta nueva para poner la casa en orden.

Esta vez se ha cambiado con votos, democráticamente y en paz. Argentina se ha puesto de pie, débil, golpeada, dividida y dolorida, pero ha recuperado la esencia misma de toda mejora, de toda construcción colectiva, de todo éxito: la confianza.

Macri tiene ahora la fiducia por cuatro años. El camino es largo y no es fácil. La sociedad tiene también una colosal tarea por delante. La de la reconstrucción individual y colectiva.

Vamos

OPINIÓN | Edición del día Martes 24 de Noviembre de 2015

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Macri apuesta al Mercosur; ¿a qué apostará Vázquez? 

En su primera conferencia de prensa como presidente electo, Mauricio Macri confirmó dos datos fundamentales para la subregión, que descontábamos: pedirá la aplicación a Venezuela de la cláusula democrática del Mercosur y hará su primera visita como mandatario a Brasil, al que calificó de futuro socio principal.

Esos datos son trascendentes para Argentina, para Brasil y para Uruguay. Está claro que el Mercosur no puede continuar siendo la nada misma, ni un aguantadero político para gobiernos totalitarios en búsqueda de protección regional para eternizarse.

La reunión con Dilma Rousseff no será protocolar. No solo porque el Mercosur es la única alternativa posible de posicionamiento en el comercio internacional a la luz del retroceso de la libertad de comercio, que ahora se ha replegado al formato de tratados regionales, en definitiva uniones aduaneras, peligrosas para nuestros países.

La particular concepción de ama de casa de Cristina Fernández de Kirchner permitió esos abusos, pagados por Brasil con apoyos políticos inaceptables, como la entrada de Venezuela. Dilma también usó esta unión como una complicidad a su expolio. Ambas mujeres no entendieron el Mercosur como una herramienta de crecimiento sino como una extensión de su relato y de su impunidad.

También ha sido usado por los empresarios de Brasil para potenciar su proteccionismo a expensas de sus socios, para cerrarse en sus cómodos monopolios regionales, para ordeñar por ejemplo las enormes ventajas de la industria automotriz, que cuesta a los consumidores 10 veces más por año que los sueldos de los empleos que crea.

Uruguay miró de lejos el partido. Paraguay vivió bastante tiempo en una situación gratuitamente culposa.

Macri procurará cambiar las prioridades, porque debe buscar una locomotora de crecimiento y alejar el riesgo que crea el TPP, que amenaza con desplazarnos del mercado de carnes, oleaginosas y cereales. También discutirá sobre las reciprocidades entre los dos países, que han perdido equilibrio por el accionar brasileño y por la falta de acción argentina. Habrá muchas asperezas y presiones para sacar al mercado común de su apatía prebendaria.

Uruguay y Paraguay no pueden darse el lujo de mirar el partido desde el palco. Deben tomar un papel activo en esta refundación. El acercamiento a Colombia es otro movimiento posible interesante, ya que ese país quedó afuera del TPP, con vulnerabilidades importantes. La idea será consolidar un bloque sólido y con volúmenes de comercio relevantes que aumenten su peso de negociación. El riesgo de no hacerlo sería alto y grave.

Y aquí caemos de nuevo en el lastre que significa el Frente Amplio en la presente situación. Si continúa con su infantil concepción proteccionista creyendo que así mantendrá el empleo que ya se está perdiendo, Uruguay se quedará solo en la lucha, ya que sus socios regionales no tienen otra opción. Esa lucha solitaria será quijotesca, porque sin otorgar contrapartidas y sin un volumen tentador de negocios, no hay nada sobre qué conversar.

Para tener una oportunidad de éxito en insertarse mundialmente, los socios del Mercosur deberán negociar primero entre ellos y luego con el mundo, con una vocación tan amplia como la que tuvieron los firmantes del TPP.

El presidente Vázquez (Tabaré, para Macri) puede tener una gran ayuda en este muevo impulso que representa el presidente electo argentino, suponiendo que quiera convencer a su frente-censor de la necesidad de apertura.

También él puede ser una gran ayuda para el ingeniero, que necesita crear una corriente regional de cambio que ponga en movimiento las capacidades, no las discapacidades, y que se eleve por encima de las difíciles situaciones políticas que deberá sortear.

Mauricio Macri tiene como tema de fondo de su gestión la creación de dos millones de empleos. El Frente Amplio debería sumarse a ese proyecto. El desempleo oriental es por ahora controlable y ocultable. Pero es. Si se llegase a volver crónico sería muy difícil de remontar. Y no está lejos de ello.

Como alguna vez dijera Perón – cuyos dichos eran más inteligentes que sus actos–, “la oportunidad suele pasar muy queda. Guay de aquellos que no tengan el coraje o el talento para aprovecharla”. l
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Lo mejor para Argentina es lo mejor para Uruguay

Disipado el humo del debate supuestamente histórico, pero en la práctica solo retórico, como quedó claro, hay varios indicadores que llevan a pensar que el domingo Mauricio Macri será consagrado presidente de Argentina.

Esa es posiblemente, la mejor opción que tiene mi país en este momento, tanto si se analiza la situación interna como el actual orden económico mundial. Es evidente que el kirchnerismo, en cualquiera de sus formatos, pieles, máscaras y disfraces, ha agotado su tiempo. También ha agotado a los argentinos.

Macri es, al menos, una esperanza. No es eso lo que inspira Scioli.

En el orden internacional, un aspecto clave para estos países nuestros, Cambiemos está mejor preparado tanto para reinsertarse en el mundo como para ofrecer una plataforma de seriedad y respeto por las normas que son de rigor para pertenecer.

Esa reinserción no es optativa. No solo para la obtención de crédito, al que todavía puede accederse en términos razonables. El punto central es el comercio internacional.

Y aquí es donde los intereses rioplatenses convergen.

Por vocación y por los límites que le creará la conformación del Congreso, Macri no podrá bajar el gasto, suponiendo que quisiera hacerlo, fuera de algunos retoques que corrijan evidentes barbaridades.

Debe permitir que el peso se devalúe para resucitar la única generación de divisas de que dispone, que es el agro, pero debe evitar que ello incida sobre la inflación, lo que comenzaría una carrera que no desea. Entonces tendrá que neutralizar el monumental exceso de pesos que hereda, vía la tasa de interés y cortando de inmediato la emisión.

Esas medidas frenarán la inflación pero enfriarán la actividad. Para contrarrestar esos efectos tiene un solo camino: aumentar la exportación y el comercio internacional y generar un inmediato auge de crecimiento que aumente el empleo y neutralice la inflación con incremento de producción.

Seguramente una liberación del mercado cambiario y la vuelta a prácticas sanas de libertad financiera, seguridad jurídica, cumplimiento y seriedad de información crearán un fuerte regreso de inversiones. Eso resolverá las crisis de energía, transporte y caminos. Y aumentará la producción.

Esa combinación de un presidente sin resentimientos y una apuesta al crecimiento representa una oportunidad para Uruguay. Argentina pasará a ser automáticamente un socio interesante y confiable. Al mismo tiempo, recuperará su valor como importante comprador natural de bienes orientales.

Pero el punto más importante es la necesidad de aumentar el comercio internacional de ambos países. En un escenario global que se ha tornado menos generoso con la apertura de mercados, el subsistema rioplatense tiene que conformar una alianza de fondo.

Para empujar a Brasil a un rediseño del Mercosur, hasta ahora un cómodo acuario donde pescaban los vecinos del norte, o para diseñar una estrategia que les permita contrarrestar este nuevo mundo de los TLC, que pueden transformarse –y lo harán– en uniones aduaneras que no solo no nos compren productos no tradicionales, sino que dejen de comprarnos los tradicionales.

Esa tarea requiere mucha cohesión entre los miembros del Mercosur y, como ya he sostenido, la exclusión de Venezuela mientras insista en ser un país de pacotilla. No será fácil de todos modos. Harán falta acercamientos diplomáticos estratégicos con Estados Unidos y Europa y un enfoque conjunto de la aproximación a China y Rusia, no al voleo.

La idea de incorporarse al TPP, como se ha leído en estos días, se opone al concepto geopolítico de ese tratado. A menos que se extienda el Pacífico hasta Punta del Este, algo complejo.

No se puede entrar al TPP, pero se puede negociar con él. O con Estados Unidos, si se prefiere. Aunque el acercamiento excede los aspectos comerciales.

Uruguay no tiene muchas opciones. No puede ser un quijote solitario tratando de negociar con un mundo que no tiene ganas de negociar con él, de paso sin ofrecer reciprocidad. Eso es cierto para los demás socios del Mercosur, aunque en menor medida.

El domingo, Argentina puede comenzar a transitar un camino nuevo en su inserción mundial. Lo ideal es que lo haga en bloque con Uruguay, una alianza natural. Hay un problema, sin embargo. La ignorancia del Frente Amplio de las reglas del comercio internacional, y aún de la diplomacia, puede paralizar a todos sus socios.

Cuando Argentina comience su impostergable recuperación, ello se hará más evidente, y tal vez ayude a un cambio en la sistemática negación de la realidad a que nos ha acostumbrado y se ha acostumbrado el populismo regional.

El gobierno del Frente está aún en su etapa de negación y rechaza cualquier síntoma de recesión y desempleo, que le están gritando que ha llegado al límite. Sus ideas se parecen al pensamiento autocomplaciente y vetusto de Daniel Scioli.

Sin embargo, tal vez se vea obligado en algún momento cercano a abrir los ojos ante la evidencia. El cambio de paradigma argentino lo puede motivar. Es hora de inspirarse en lo bueno, no en lo malo que tenemos.

Es de esperar que cuando se decida no sea demasiado tarde para decir “Cambiemos”. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La resistencia anémica del populismo

Todo indica que de no mediar un brote antidemocrático agudo de Cristina Fernández, Argentina retomará un rumbo de sensatez económica y política y de respeto republicano.

Ese momento coincide con un escenario global mucho menos favorable que el de los últimos ocho años para los países emergentes y con la consecuente necesidad de replantearse el modo en que cada nación se posiciona frente a esa realidad.

En Sudamérica (si se me permite el uso de esa denominación precisa en vez de la macondiana de América Latina) existen varios modelos de populismo que fueron posibles en la bonanza, pero que se quedarán sin sangre para chupar con este nuevo panorama, que no será de corto plazo.

Brasil, con un sistema corrupto y proteccionismo industrial insostenible, usando el Mercosur como un cepo para impedir cualquier apertura de sus socios.

Ecuador y Bolivia, autocracias vitalicias, están sufriendo con sus economías dependientes de industrias extractivas con precios en caída y recurriendo al endeudamiento.

Venezuela ya en vías de su total sinceramiento como comunismo criminal latino, aislada del mundo, con el precio de su único bien de cambio por el suelo y sin crédito, los derechos y garantías despreciados y burlados, su pueblo esclavizado.

Chile, cuya presidenta Bachelet prometió el reparto generoso de riqueza y bienestar, ha debido retroceder en su demagogia y colgarse del tren del TPP con todas las implicancias antipopulistas que ello implica.

El de Argentina, un cleptopopulismo, que soborna a la población con algunas dádivas para poder seguir robando a mansalva y masivamente, y de paso destruye con su ignorancia deliberada su cultura, su historia, su justicia y su educación, y entrega el país al narco.

Y el de Uruguay. Un populismo con estilo oriental. Respetuoso y lento en las apariencias. Pero profundo, penetrante, persistente y trágico. Una democracia casi perfecta, de la que se han apoderado los partidos, sin base constitucional alguna, expropiación de la que ahora hace uso y abuso el Frente Amplio.

Salvo Chile, que ha renunciado hace rato a su condición regional y ahora se aferra al TPP, con las claudicaciones al credo populista que eso implica, los otros países nombrados tienen un problema común: la mentira del reparto continuo se queda sin financiamiento. Los vampiros mueren si no hay sangre para chupar.

En esa instancia, las relaciones internacionales se vuelven fundamentales. La capacidad de los gobernantes para posicionar y guiar a sus países es primordial. De la imagen personal, la visión y la capacidad de convicción de cada presidente depende el destino de sus conciudadanos. Nunca tanto como en momentos como el actual hacen falta los auténticos líderes y estadistas.

En ese preciso momento mundial, Argentina está a un paso de hacer un cambio de paradigma de importancia estratégica, que aun cuando le tomará varios años y un enorme esfuerzo en todo sentido, será fundamental para el bienestar y el futuro de su población. Una importante oportunidad.

¿Y Uruguay?

En esta inflexión global de perspectivas, parece tener dos problemas de fondo. El primero es la negación. “No hay recesión, no hay que provocar una profecía autocumplible”, parece ser la idea de fondo. Es muy difícil luchar contra la ceguera deliberada selectiva. Mucho más si es colectiva.

Un sistema económico que reindexa la inflación en dólares cada año, como un derecho universalizado y divino, es, en sí mismo, una mentira. Nada más que ese concepto es catastrófico.

Muchos de los bancos y servicios internacionales que están repatriando a su personal o llevándose el personal local al exterior, cuentan que los sueldos en dólares en Uruguay han aumentado en 12 años 70% en dólares versus los valores internacionales, por ejemplo.

Lo que se percibe como una conquista irrenunciable es una insensatez económica y lógica que termina de un solo modo: desempleo. Eso está ocurriendo en este mismo momento. Basta hacer un recorrido por las pequeñas empresas. Las consecuencias no serán menores.

El segundo problema, más grave, es la falta de una estrategia geopolítica y sobre todo de un líder en la generación y desarrollo de esa estrategia.

Atado por sus propias convicciones y por el politburó de su Frente, el presidente Vázquez no tiene poder, credibilidad, autonomía ni ideas para negociar internacionalmente. Tampoco para persuadir a su propia alianza.

El coautor junto al nefasto Néstor Kirchner del sabotaje al ALCA, ahora ni siquiera puede arrepentirse y acercarse al TPP, al TISA o a cualquier tratadito de libre comercio más o menos relevante, sin tener el veto o el condicionamiento inmediato de su “auditoría interna”.

Sabe que la salida está en comerciar con el mundo. Sabe que eso implica concesiones. Pero no puede negociar porque pertenece a un Frente para el que la negociación es claudicación. Es casi una patética figura sin poder.

Tampoco puede acercarse más a Estados Unidos, que podría unilateralmente ayudar al país con un par de decisiones que le abrirían muchos caminos de crecimiento, como suele hacer con sus amigos. No habrá tal acercamiento, porque no puede traicionar sus convicciones ni enojar a su Frente. En tal estado, Uruguay prefiere elegir los peores socios. Dilma cuestionada por corrupta. Cristina, elegida por Mujica cuando era una ganadora. Ahora, Vázquez redobla la apuesta con Scioli, un perdedor.

Las relaciones exteriores, finalmente en ellas se entroncan los TLC, no son una cuestión de preferencias de los gobernantes, ni de ideologías. Son una cuestión de intereses. La colusión política del Mercosur y alrededores no es una estrategia geopolítica. Es solo un mecanismo de encubrimiento despreciable y delictivo.

Si el Frente Amplio no es capaz de poner al país por encima de su ideología y hacer el esfuerzo intelectual mínimo para entender cómo funciona el mundo, el presidente Vázquez debe hacerlo. No fue elegido como delegado general del politburó.

El cambio en Argentina, el cambio que, aun contra Dilma Rousseff viene en Brasil, no son movimientos circunstanciales ni tampoco ideológicos. Uruguay debe estar en condiciones de participar de las decisiones en el Mercosur y de forzarlas, decisiones que no serán menores y que requerirán compromisos hacia afuera y hacia adentro. Esos cambios se extenderán al resto de Sudamérica, les guste o no a los populistas.

Por supuesto, es posible seguir mirándose el ombligo, como el premonitorio Greetingman, y esperar conseguir algo más para redistribuir. Desgraciadamente ello tendría altos costos para la sociedad oriental en el futuro. Irremontables.

Tabaré Vázquez, en la disyuntiva entre su partido y su país, se debate también entre la intrascendencia y la historia. l


Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Daniel Scioli-Kirchner: el drama del malevo vapuleado

Como bien saben los uruguayos, el peronismo ha sido protagonista permanente de una especie de ópera bufa sobre el escenario de tango tristón de Argentina. No es distinto ahora.

Tras el tremendo cachetazo de la primera vuelta donde perdió nada menos que el distrito donde más clientes y pordioseros ha cultivado, Cristina Fernández reaccionó como el guapo del pueblo que recibe una paliza a manos de un jovencito: con amenazas, metiendo miedo a la gente, acusando lacrimosamente a su vencedor y jurando que si eligen a Mauricio Macri caerán sobre la cabeza de los argentinos todos los males del averno.

Una mezcla entre Hombre de la esquina rosada borgiana, el Conventillo de la Paloma y las más selectas enseñanzas de Goebbels. El kirchnerismo residual golpea ahora con el látigo del terror a sus propios partidarios y a los cinco millones de votantes de Sergio Massa, tratando de explicarles todos los daños que les infligirá Cambiemos si gana en segunda vuelta.

Con el clásico desprecio del Justicialismo por la inteligencia de sus seguidores, la verdad no es obstáculo para la dialéctica kirchnerista. Tras haber llegado agónicamente con oxígeno económico racionado a esta instancia, ahora culpa a su rival por querer solucionar las barbaridades que deja.

Cristina Fernández de Kirchner emitió desaforadamente y creó un gasto inmanejable que llevó a una inflación maligna que lastimó la vida y las esperanzas de los argentinos más humildes. Esa situación debe ser remediada por quienquiera gobernase desde el 11 de diciembre.

Pero ahora Scioli-Kirchner acusa a Cambiemos por querer arreglar ese desvarío y critican los métodos que usarán, que ni siquiera conocen. Como si existiese alguna alternativa racional para optar.

Fernández destruyó la exportación argentina, en especial la agrícola, motor indiscutible de la grandeza histórica y potencial del país, primero con sus limitaciones burocráticas y sus retenciones confiscatorias, y luego con un tipo de cambio deliberada y malévolamente atrasado.

Esa decisión estúpida la obligó, en su limitada comprensión de la economía, a aplicar un cepo cambiario que es una confiscación a la esperanza de empleo y de bienestar, que le aportó más clientes a su sistema de dádivas, que llama planes trabajar, y apelativos similares.

Ahora demoniza a Macri porque necesita, como necesita todo el país, salir de ese cepo mortal que está llevando a la inanición a la sociedad argentina. Curiosamente, su súbdito y sucesor Scioli, balbucea alternativas inútiles para resolver el problema que según su partido no existe.

El kirchnerperonismo deja un rompecabezas explosivo, pero critica a sus rivales que quieren desactivarlo. Le mete miedo a la sociedad diciéndole que si se intenta desarmar el artefacto que ha dejado, explotará. Como si ello fuera culpa de quienes vienen.

Recuerda al dealer que le dice a su cliente adicto: “Yo te vendo de la buena, te cuido. Quién sabe qué porquería te dará cualquier otro”.

En otra estratagema política, compara a Cambiemos con la fracasada Alianza de De la Rúa, cuando en esa coalición había mayoría de funcionarios que hoy militan en el estado cristinista. La verdad no importa. El peronismo nazi vuelve a sus raíces e imita su aparato de propaganda.

Argentina necesita recomponer urgentemente sus relaciones con el resto del mundo civilizado, arrasadas por la mezcla de patología e ignorancia de Cristina, empezando por el default innecesario que nace con los holdouts, en el que cayó por obstinación, que le está costando cada día más, o mejor dicho, le está costando al país.

Pero el gobierno agita el trapo del terror sobre su posible sucesor, porque va a hacer lo mismo que los economistas de Scioli dicen que van a hacer, o sea negociar seriamente para resolver el intríngulis. Mientras Scioli, obedientemente, se calla.

“Venderá el país”, dicen los funcionarios kirchneristas en sus campañas, quienes han firmado acuerdos secretos con China, por una base militar en la Patagonia, con Chevron, la misma Californian Oil con que pactara Perón, con Barrick, la explotadora minera a cielo abierto que envenena a la población, con Rusia, con Venezuela, con cuyo patético caudillo Chávez hicieran fabulosos negocios personales con la emisión del Boden 15, pagado puntualmente, eso sí.

“Venderá el país”. ¿Qué país?

Quienes le pagaron con un acuerdo secreto al Club de París, con tasas de penalidad inexplicables e inexplicadas, sin aprobación del Congreso, ahora amenazan con paralizar cualquier arreglo de deuda con ese mismo Congreso.

Quienes le pagaron innecesariamente el total de la deuda al FMI y desaprovecharon las ventajas que a partir de ahí se podían obtener, asustan ahora con la posibilidad de que Macri negocie un préstamo de contingencia con el Fondo, que por otra parte sería lo indicado.

Quienes le pagaron a algunas empresas con juicios en el Ciadi al contado, horas después de que esos juicios fueran comprados por fondos muy cercanos a Boudou, ahora hablan de entrega.

Tal vez en algún momento antes del 22 de noviembre, encuentren la forma de acusar a Macri por la muerte del fiscal Nisman y por obstaculizar hasta la vergüenza el esclarecimiento de su asesinato. Se buscan libretistas.

Por la gravedad en que deja a la Argentina, por el empecinamiento dictatorial de aceptar la limpia voluntad del pueblo, por torpedear cualquier solución futura impostergable, lo que está haciendo la pareja Kirchner-Scioli, no es una campaña de terror: es terrorismo político.

Está en su origen. Es su naturaleza. l
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Balotaje: el dilema del prisionero

Los argentinos han usado su poder de decisión. También le han mostrado al mundo que no tienen más ganas de ser un país de cuarta, enojado con la humanidad, incumplidor, vociferante y autoritario.

El resultado de la primera vuelta ha sido suficientemente comentado y suficientemente claro. Ahora es importante concentrarse en la segunda vuelta y las estrategias de cada uno de los candidatos.

Como ya anticipara en una nota el día de las PASO, Sergio Massa, con su alianza UNA, se ha transformado en un kingmaker, como dicen los ingleses. En tal carácter, será tentado por los dos candidatos sobrevivientes.

Hay sólo una cosa que no hará Massa: dejar de pactar con alguno de los dos. Ello significaría resignar su protagonismo político y dejar en el limbo a sus intendentes, gobernadores y legisladores, que quedarían casi condenados a disolver su influencia o a diluirse a lo largo del tiempo. Él no lo ignora y está preparado para negociar.

Hay una sola cosa que no pueden hacer ni Macri ni Scioli. Creer que sólo mediante el discurso podrán convencer a los votantes de UNA a preferirlos. Un riesgo políticamente insensato de correr.

Como los votos no tienen dueños ni jefes, cualquier acuerdo requiere que los votantes sientan que son respetados y no que son prenda de cambio como si se tratase de un mercado persa. Esa necesidad de coherencia entre la propuesta y cualquier alianza es vital no sólo para conseguir nuevos votos, sino para no resignar votos propios si se cambia el rumbo.

Massa tiene que pasar primero por una introspección personal y entre sus aliados. Tienen una bala de plata y sólo pueden usarla una vez. De la Sota, que puede ser clave para movilizar votos del peronismo ortodoxo, ha dicho que Macri es su límite. Pero eso ahora está seguramente lejano, lejano, como dice el tango.

Felipe Solá es muy combativo y arisco, pero el más frío a la hora de elegir conveniencias. Massa necesita de los dos, no solo de su arrastre, sino de sus opiniones. Y también tiene que considerar a sus gobernadores, intendentes y legisladores, cuyos destinos políticos se verán afectados por cualquier decisión.

Llevar a su frente UNA hacia el sciolismo kirchnerista y bendecirlo como peronismo es tentador para el tigrense. Se puede convertir en el salvador del partido y su futuro líder político. Tiene el problema de que en los referentes y los votantes de su alianza hay mucho enojo contra Cristina, que desplazó y maltrató a los líderes del justicialismo histórico y los reemplazó por la Cámpora, el cáncer del peronismo, y por el diablo Zannini, casi un López Rega para los ortodoxos.

También tiene otros problemas para esta opción: la capacidad de traición del peronismo, edificado sobre ese atributo. Y el hecho de que estaría negociando con Cristina, tarea imposible e insalubre.

Por el lado del macrismo, la negociación parece más fácil. Macri cumplió prolijamente sus pactos en Cambiemos, que tiene la garantía del radical Ernesto Sanz, cuya acción fue esencial para la concreción y sostenimiento de la alianza, y que mostró su positiva influencia interna en varias decisiones, como la designación del candidato radical a vicegobernador de María Eugenia Vidal.

Pero aquí habrá que encontrar el papel de Massa en caso de un acuerdo, que le asegure mantener su importancia política en el peronismo, ahora sin líder. Lo cierto es que no le conviene ayudar a Scioli a competirle por la conducción partidaria.

El desafío de Massa es cómo aliarse con Cambiemos sin perder su identidad y su capacidad de liderazgo en el peronismo. Programáticamente, hay más cercanías entre Massa y Macri que entre Massa y Scioli. El resto se conversa.

Del lado de Scioli, cuando se recupere, antes de acordar con Massa, si decide hacerlo, tiene que pasar por las horcas caudinas del kirchnerismo y sobre todo del cristinismo, léase Cristina, si esta no cae en algún brote que atisbo. Pasado ese rubicón, tendría que recomponer muchas relaciones y cicatrizar muchas heridas. En especial, tendría que aceptar compartir la escena con el líder de UNA.

Desde la óptica de Macri, además de las obvias ventajas electorales, UNA le ofrece la posibilidad de resolver buena parte del cuadro de ingobernabilidad que le dejó deliberadamente preparado Fernández, ya que le aportaría una virtual mayoría en diputados y un entramado de gobernadores e intendentes muy poderoso.

El secreto es que el votante peronista de Massa o de Scioli, perciba esa alianza como un cambio positivo institucional y económico. O mejor, que toda la ciudadanía lo perciba así.

Si hubiera que apostar, me jugaría por un acuerdo Cambiemos – UNA. Es bueno para ellos y es potencialmente bueno para el país. Macri puede ser el nuevo presidente. Massa, el nuevo peronismo.

Lo que está claro es que el kirchnerismo, el cristinismo y el feudalismo mafioso, patotero e irrespetuoso ha sido derrotado.

La sorpresa cacheteó a Cristina Fernández de Kirchner simplemente porque ella creyó en serio que era superior a la democracia.

El domingo a la noche descubrió que no. l



Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

Presidenciales en Argentina


Lo único claro es la oscuridad,
lo único cierto es la mentira



Las elecciones en mi país ya son una mezcla equilibrada de murga oriental jocosa y sainete de conventillo porteño.


Desde lo legal, la idea de que se puede ganar la presidencia en primera vuelta con el 45% de los votos desafía la más elemental aritmética política. Todo el mundo sabe que mayoría es la mitad más uno. Bueno, los argentinos nos merecemos una excepción.


Como el lector ya conoce, tenemos otro truco. También se puede ganar la presidencia con el 40.01 % de los votos si el segundo está a más de 10 puntos de diferencia. Esa norma es un engendro de ese gran demócrata, como se recuerda a Raúl Alfonsín, que nos dejó esta originalidad que ahora supuestamente debemos agradecerle.


Ambos avances jurídicos se plasmaron en la Constitución de 1994 que concibiera don Raúl con Carlos Saúl Menem, cuando el riojano canjeó su reelección por la promesa de permitir ganar al radicalismo en 1999, cosa que cumplió como buen peronista, con toda lealtad.


Con esas ecuaciones, al oficialismo le resulta muy conveniente que el único opositor real, Mauricio Macri, pierda votos a manos de tres candidatos que a modo de hienas políticas, le arrebatan votos opositores por todos los flancos. (Hay quienes piensan que esa funcionalidad es rentada)


Daniel Scioli no llega al 45% que lo consagraría sin más, pero pelea por el 40,01 que lo deje más de 10 puntos arriba que Macri y lo lleva a ganar en primera vuelta.


Las encuestadoras agregan confusión al panorama. Algunas de ellas están contratadas formalmente por los partidos. Otras parecen estar contratadas informalmente. Es decir, pagas para mentir en los resultados que publican.


Desbrozando el matorral  de incoherencias estadísticas, se puede concluir que Scioli está en este momento en el 38-39% de intención de voto, Macri entre el 28-29% y Massa en 19-21%. Pero todas las pesquisas se protegen determinando un nivel de indecisos que está entre 25 y 30% , con un margen de error de 2-3%.


Es evidente entonces que todos esos datos que llueven a diario no aportan demasiado, en especial cuando varias de las mediciones son telefónicas u online, lo que le resta precisión en los distritos más poblados.


A esto debe agregársele la tendencia a un ausentismo de alrededor de 25%, lo que permite que, sumando todas esas incógnitas, cada uno, partido o encuestadora, haga su juego político y diga lo que le conviene y proyecte lo que le quede mejor. No hay modo preciso de proyectar indecisos, que se sepa.


Pero en la intimidad, el oficialismo y el macrismo saben que están atrapados y limitados en esas rigideces numéricas que mencionamos y que no están superando. Massa sueña con ser segundo y disputar la segunda vuelta,  pero pareciera que no logrará mucho más que ser funcional al kirchnerismo al restarle a Macri los votos peronistas que se oponen a Cristina.


En esa especie de deadlock, Scioli sigue tratando de convencer a la ciudadanía de lo que nadie cree: que será independiente de Cristina y eventualmente, que romperá su pacto con ella.  Debe simultáneamente predicar que será la continuidad y al mismo tiempo el cambio.


Ahora se agrega una nueva línea de operación de propaganda: se echa a correr el rumor de que Cristina siente que Zannini, su comisario político a quien impusiera como candidato vice presidencial, se está acercando y asimilando demasiado a Scioli y la está traicionando. Infantil, pero el peronismo está lleno de infantilismos.


Macri ha dejado de lado su discurso ortodoxo económico y ahora sostiene que nadie perderá sus dádivas ni subsidios, ha escondido sus figuras económicas con imagen más liberal, y aparece con planes desarrollistas de mediados del siglo pasado. También inaugura monumentos a Perón, como es público.


Massa promete cuanta cosa se puede prometer, sabiendo que no necesitará preocuparse por cumplirlas porque no tendrá la oportunidad.


El Frente Para la Victoria quiere ganar en primera vuelta por dos razones: para no exponerse a una alianza tácita o explícita de Macri con Massa y Stolbizer en segunda vuelta, o a una simple decisión de los votantes, y porque probablemente la economía mostrará mayores debilidades en un mes más.


El sistema es evidentemente desastroso, y el manoseo de candidatos todavía lo es más. Podría darse el extraño caso de que Scioli ganase las presidenciales pero el FPV con Aníbal Fernández perdiese la Provincia de Buenos Aires a manos de María Eugenia Vidal, de Cambiemos. El desprecio del Papa por el candidato acusado de narco haría el milagro del corte de boletas, tradicionalmente mínimo.


Cristina Kirchner continúa burlándose de la ley que impide que haga proselitismo a estas alturas de la campaña con cadenas o cuasi cadenas donde inaugura cualquier cosa y debate consigo misma, para compensar la negativa de su candidato a debatir con sus rivales.


En la lucha dialéctica que se ha planteado, el sciolismo dice que ya ganó en primera vuelta, Macri dice que todo se trata de una farsa para crear la sensación de que el FPV ya ganó, y Massa sostiene que el mejor rival en segunda vuelta para ganarle al kirchnerismo es su Frente Renovador.


Macri sabe que si logra pasar a segunda vuelta tendrá inapelablemente que  tragarse el sapo y negociar con Massa un acuerdo de gobierno, y ahí el radicalismo, su aliado en Cambiemos, puede ser una rémora. Pero sin acordar con el tigrense el ingeniero no gana en un ballotage.


La ciudadanía participa de la dualidad y la mentira: todos quieren un cambio pero no saben o no quieren definir lo que significa un cambio. Todos saben que todos los candidatos mienten y que harán un ajuste, pero sueñan con que a ellos no les toque el recorte.


Muchos sospechan que ante lo exiguo de las diferencias y con la rara ley electoral de no-mayorías, el kirchnerismo recurrirá a su arma secreta, el fraude, para conseguir los dos puntos que le faltan para ganar en primera vuelta.


Entretanto, Cristina sigue sembrando el futuro de leyes obstruccionistas que impedirán o demorarán el arreglo del descalabro monumental en que deja al país.



A tan pocos días de las elecciones, Macri necesitaría de una acción audaz o de una genialidad para salir de este laberinto electoral.