El eterno retorno



El cepo cambiario, 20 años después
Por Dardo Gasparré 
Igual que en los 90, pero una convertibilidad
sin reservas. Aunque el efecto y las consecuencias
son y serán los mismos.



En marzo de 1991 publiqué en Ámbito Financiero un artículo titulado «El cepo cambiario». Bauticé entonces de ese modo, al sistema de tipo de cambio fijo, luego denominado Convertibilidad, que al atrasarse (previsiblemente) frente al incremento exagerado del gasto público terminaría 10 años después en el corralito, corralón, default, maxidevaluación, pesificación asimétrica compulsiva, caída de un gobierno democrático y pérdida del patrimonio y los sueños de muchos compatriotas.

En ese entonces la metáfora se aplicaba simplemente a la rigidez que creaba la fijación del tipo de cambio, que era la regla cambiara que había elegido el flamante ministro de Economía, Domingo Cavallo, para frenar la inflación. No voy a contar lo que todos sabemos que pasó, ni los porqués, ni voy a señalar culpables, ya que cada uno de los argentinos hemos elegido nuestro culpable preferido. (Olvidando las ventajas que cada cual supo disfrutar del subsidio al dólar que significó la fantasía)

Si bien las condiciones de la economía interna y externa son diferentes hoy, sin embargo los dos cepos se parecen en tres aspectos: Las características psicológicas del numen del ingenio perpetrado, los orígenes y efectos, y el final augurado.

La primera aseveración sólo será defendida con un enunciado. El cepo de 1991 fue capitaneado por un desaforado con conocimientos, el de 2012, por una desaforada sin conocimientos. El calificativo psicológico iguala la capacidades académicas, a los efectos pertinentes.

Si bien pareciera que los dos cepos son distintos, dado que la Convertibilidad sólo impidió la compra de dólares en su agonía, es posible advertir que, con alguna trasposición irrelevante, se trata del mismo animal con distinto pelaje, o con las manchas pintadas para disimularlas.

. Orígenes y efectos

El origen de la escasez de dólares que sufre el gobierno actual, que lo llevó a la desesperada medida, radica en la idea inicial de no agregar combustible a la inflación, que había sido ya suficientemente alimentada con un aumento enloquecido del gasto y una convalidación vía emisión de los incrementos salariales en el sector privado fogoneados por el propio estado.  (Hay que recordar que el kirchnerismo copió el objetivo de Perón en 1946 de elevar la participación de la masa salarial al 50% del producto bruto, igualmente desastroso) Cavallo en los 90 luchó con una hiperinflación heredada, mediante esa regla cambiaria, Cristina lucha contra la hiperinflación latente provocada por su propio gobierno. Ambos congelaron el dólar y se condenaron a perder ilimitadamente competitividad y puestos de trabajo.

Cavallo no recurrió a la emisión para paliar los efectos de su Cepo. Pero endeudó al país hasta desangrarlo y lo condenó a una inflación futura y un default, pasando por el desempleo del 18% que un buen día Menem descubrió que tenía.  Cristina apela a la emisión y se engaña con sus propias cifras, mientras dice desendeudar un país al que hipoteca cada día un poco más.

Porque no hace falta mucho análisis para comprender que el país se está endeudando sin contabilizarlo: jubilados, juicios nacionales e internacionales perdidos o que perderá, las deudas e intereses con el Club de París que tendrá que pagar algún día con creces, las llamadas expropiaciones/usurpaciones que nos costarán caro, la tasa de interés que nos cobrarán cuando tengamos que tomar crédito, cosa que pasará, el ajuste por la estafa del Indec a los bonistas, los costos de poder volver a ser autosuficiente energético, y un déficit de infraestructura que costará décadas resolver.

Capítulo aparte dentro del punto anterior merece la absurda política de subsidios de la energía, que es y será una fuente de endeudamiento en dólares imparable, que no tiene un final cercano, ni es siquiera posible imaginar cómo se hará para lograr que la gente acepte pagar entre 5 y 7 veces más lo que paga hoy de luz y gas, y 30% más lo que paga la nafta. El costo en dólares será inconmensurable. El subsidio a la energía, que implicó el pecado económico de subsidiar un bien escaso, lo que condena a un mayor consumo, y así hasta el suicidio. Subsidio y suicidio son dos términos que se parecen y se correlacionan, en este caso.

También el Menemismo tuvo sus propias deudas impagables y sus nudos gordianos. Las privatizaciones, imprescindibles en su momento, y el desprecio por el derecho de los ciudadanos y la destrucción de la juricidad pergeñada por Cavallo y sus asesores, ayudaron a salir de ese entuerto, junto a una adecuada patada al futuro vía la toma de deuda, más la estafa a los jubilados al cambiar la ley anticonstitucionalmente.  

El actual gobierno tiene la ventaja de una exportación cautiva como es la de la soja, lo que le da dólares tanto presupuestariamente, vía las retenciones, como en términos de balanza comercial, al quedarse con una masa de ingresos que el mundo le está aportando.  Menem-Cavallo tuvieron el impulso de inversión y mano de obra que les dieron las privatizaciones y el crédito desmedido de que gozó la Argentina en esa época, que supo honrar Cavallo en términos personales con sus amigos de la Banca Rockefeller, no con el país.


.El subsidio, un suicidio

Tanto en los 90 como en la actualidad, el subsidio a una mercadería escasa como el dólar produjo la misma fiebre compradora, tanto para atesorar como para gastar. El menemismo, con plata dulce, eligió satisfacerlo y luego quedarse con los ahorros de todos en dólares que había permitido atesorar. El kirchnerismo impide el atesoramiento y confisca de antemano al obligar a los argentinos a recibir pesos que no sirven para nada. En algún lugar, se produce el racionamiento y la confiscación.

No hace falta mucho esfuerzo para encontrar las similitudes entre la política comunicacional del desaguisado cambiario. La soberbia, la descalificación técnica y moral hacia los críticos, la lealtad interna al jefe convalidando cualquier disparate, el convencimiento de estar poseídos por una inspiración divina, o por un mandato superior, el ostracismo de los pares que se opongan al dogma, son fáciles parangones que no por fáciles debe dejar de enunciarse, en este curso colectivo de espejismo económico, que Paul Krugman, cuando aún no era mercenario, calificó en su libro homónimo como «Peddling prosperity». Mingo y Cris, un solo corazón, diría el slogan.

Y no es para nada casual que el Hopkins de Menem haya sido asesor personal del ilustre muerto del relato, inclusive cuando le recomendó sacar los fondos del país fuera de Santa Cruz, consejo suficiente y públicamente agradecido por el llorado y mentado Néstor.


.Final y consecuencias

            Haría falta grandes dosis de generosidad, benevolencia y desprecio por la evidencia, virtudes de las que carezco, para no advertir las coincidencias últimas y el resultado postrero, en su doble sentido, entre ambos cepos. Pérdida de competitividad, de exportaciones con valor agregado, cero inversión, (y cero ahorro, su correlato) desempleo, hiperinflación, default, convulsión social, pesificación que ya empezó, y daños colaterales graves al mercado inmobiliario, financiero, turístico, energético, y siguen las firmas.  

            Como el peronismo de los 50 y los 90, el kirchnerismo se copia en un eterno retorno. Veinte años después, como si la historia en vez del erudito de la nada Felipe Pigna, la escribiera Alejandro Dumas, (perdón por el literazgo) estamos donde estábamos. Un poco peor, eso sí.

            Una buena noticia. No cobraré derechos de autor a quienes usen la metáfora del cepo cambiario. Todos saben que no hay ningún cepo, ¿verdad?

Me limitaré a citar hechos. Sin opinar.

           En 2000, el FMI, el Banco Mundial, y bancos internacionales y locales le prestaron a Argentina 38.000 millones de dólares en lo que se llamó el Blindaje Económico, a una tasa del 8%. De acuerdo a las declaraciones de los funcionarios, esa operación solucionaría por muchos años el problema del endeudamiento nacional.


En 2001, y apenas sobre el borde del corralito, Cavallo propone, gestiona  y lanza el Megacanje, por el que  Argentina postergó pagos por 29.500 millones de dólares, y emitió deuda por 55.000 millones. (Tasa 16%)

El Megacanje fue seriamente cuestionado, y aún hoy subsisten graves causas judiciales contra sus gestores que están a punto de prescribir.


Argentina devolvió anticipadamente en esa operación préstamos que habían realizado varios bancos extranjeros, agrupados bajo la coordinación de David Rockefeller. La devolución,  poco antes del default,  es considerada  inválida en cualquier procedimiento de quiebra donde a último momento se hacen pagos a acreedores con preferencia sobre otros.


Algunos años después Rockefeller homenajea a Cavallo, como había hecho en 1992 y lo califica como un economista respetado a nivel mundial.


En 2005 Néstor Kirchner cancela todos los préstamos al FMI, casi 10.000 millones de dólares, sin necesidad ni urgencia de hacerlo, alegando que con esa medida se conseguiría independencia del sistema internacional.

Curiosamente, las minutas de las asambleas del Fondo en los años anteriores, establecían que la política del Fondo sería reducir la exposición drásticamente en los países emergentes.


                                                       *

EEUU: Son las empresas, no la deuda. Es la falta ética, no de negocios.




A esta altura del partido, hasta las amas de casa, supuestamente analfabetas financieras, se preguntan: ¿ómo puede ser que ahora que en Estados Unidos deciden bajar el gasto por primera vez en muchos años, que la Reserva Federal no está emitiendo a lo loco y que se ha alejado el fantasma del default, la Bolsa se desplome?



Buena pregunta, diría un político demagogo y precario.  Pero tiene sentido ensayar una respuesta.  Aquí vamos.



Los inversores han comprendido finalmente que las empresas americanas son mayoritariamente incapaces de generar ganancias por los medios lícitos clásicos. 

Se han olvidado de la idea de salir a vender, a tocar timbre, a convencer a cada cliente, a cambiar un no por un sí, de crear, de inventar, de bajar costos, de competir.  Especialmente de competir. Lo más parecido a un sistema de ventas que tienen es un telemarketer o un call center. (Inútilmente tercerizados, eso sí)

Necesitan entonces que el gobierno provoque inflación, emisión masiva de dinero y déficit fiscal para que así los consumidores estén tentados de comprar cualquir cosa sin necesidad de ir a convencerlos.

Necesitaron de las hipotecas truchas que hicieron estallar el sistema financiero para provocar una falsa abundancia y así vender lo que no sabían vender de otro modo.

Sus ejecutivos están ocupados en subir falsamente el valor de las acciones a fin de ganar los suculentos bonus atados al precios de esos papeles y no al resultado de las empresas, ni a los dividendos, como debería ser.

Necesitan una gigantesca devaluación (pese al 45% que ya ha perdido el dólar) para animarse a competir con China, con Taiwan (perdón) con Asia, con cualquiera.

Han olvidado dos de los principios básicos del capitalismo: la competencia y la eficiencia.

Los ejecutivos han  preferido olvidar otro principio fundamental del sistema: Soy exitoso, entonces soy rico.  Ahora prefieren ser ricos, sin necesidad de pasar por el éxito, que era el justificativo moral del capitalismo.

No hace falta vender más, no hace falta que la empresa gane plata, no hace falta inventar nada para ganar dinero. No hace falta que las acciones paguen buenos dividendos para que suban

El posmodernismo del capitalismo.



El olvido principal: La Ética

Los ejecutivos y las empresas han dejado de lado otro principio central del capitalismo:  la ética. La proverbial ética protestante, que tanto elogiamos los que alguna vez creímos honestamente en el sistema.

¿Qué ética?, ¿la de los bancos, banqueros, auditores,  calificadoras, funcionarios supervisores (Reserva Federal),  que estafaron a sus clientes, al estado, a sus ahorristas, a sus accionistas, al sistema internacional con las hipotecas mal otorgadas y que terminaron destrozando la credibilidad, los ahorros y la confianza? La de los vendedores al estado americano, que necesitan de los acomodos, la manipulación pública, las guerras con Afganistán e Irak,  el terrorismo real y el publicitado para conseguir ganancias sin control?

¿Qué ética? ¿la de comprar empresas inútiles para aumentar el valor de las acciones y así ganar más bonus? ¿La de radicar filiales en los países emergentes, en deterioro del trabajador americano, pero luego utilizar todos los artilugios para no pagar impuestos en EEUU sobre la ganancia así obtenida, a veces con el costoso apoyo bélico americano?

 Entre la falta de ética y la incapacidad para salir a conquistar consumidores internos y externos, las empresas americanas dependen del gasto público, la inflación y el despilfarro del estado.

Eso es lo que ven los inversores. A la hora de poner su dinero en riesgo, nadie quiere apostar a un sistema que saben por experiencia propia que hace trampas, y que además es incompetente.



La deuda americana puede ser enorme e importante. La incapacidad de sus empresas y ejecutiyos es mucho más preocupante.



Con justicia, Wall Street baja.

Piratería

Se­ñor Di­rec­tor:"Las disqueras y productoras cinematográficas dicen que cuando defienden su derecho a bajar material online los usuarios de Internet defienden la piratería. Es un argumento con una cuota de validez.
"Pero si se quiere comprar películas o música online , ni las disqueras vende su música ni las productoras de cine venden sus películas. Los pocos casos de descargas pagas ofrecen material viejo, como ocurre con la reciente versión de iTunes en español, cuyo hit más destacado es una canción de los Beatles.
"Si las productoras se niegan a vender su material online , ¿tienen derecho a hablar de piratería? ¿No están siendo monopólicas al condenar al usuario a no utilizar las tecnologías modernas?
"Si las productoras vendiesen sin limitaciones su material online , no sólo ganarían más dinero que hoy, sino que reducirían la piratería dramáticamente. La negación a usar este método de distribución es el mayor estímulo a la descarga pirata y quita a los autores beneficios económicos muy importantes. Entre otros, el de controlar mejor los ingresos que les corresponden, cosa que es más fácil de hacer en Internet."
Dardo Gasparré dardo@latinegocios.com

Carta a La Nación del 25/1/2012
La paradoja de Wall Street


A esta altura del partido, hasta las amas de casa, supuestamente analfabetas financieras, se preguntan: ¿Cómo puede ser que ahora que en Estados Unidos deciden bajar el gasto por primera vez en muchos años, que la Reserva Federal no está emitiendo a lo loco y que se ha alejado el fantasma del default, la Bolsa se desplome?



Buena pregunta, diría un político demagogo y precario.  Pero tiene sentido ensayar una respuesta.  Vamos.



Los inversores han comprendido finalmente que las empresas americanas son mayoritariamente incapaces de generar ganancias por los medios lícitos clásicos. 

Se han olvidado de la idea de salir a vender, a tocar timbre, a convencer a cada cliente, a cambiar un no por un sí, de crear, de inventar, de bajar costos, de competir.  Especialmente de competir. Lo más parecido a un sistema de ventas que tienen es un telemarketer o un call center. (Inútilmente tercerizados, eso sí)

Necesitan entonces que el gobierno provoque inflación, emisión masiva de dinero y déficit fiscal para que así los consumidores estén tentados de comprar cualquier cosa sin necesidad de ir a convencerlos.

Necesitaron de las hipotecas truchas que hicieron estallar el sistema financiero para provocar una falsa abundancia y así vender lo que no sabían vender de otro modo.

Sus ejecutivos están ocupados en subir falsamente el valor de las acciones a fin de ganar los suculentos bonus atados al precios de esos papeles y no al resultado de las empresas, ni a los dividendos, como debería ser.

Necesitan una gigantesca devaluación (pese al 45% que ya ha perdido el dólar) para animarse a competir con China, con Taiwan (perdón) con Asia, con cualquiera.

Han olvidado dos de los principios básicos del capitalismo: la competencia y la eficiencia.

Los ejecutivos han  preferido olvidar otro principio fundamental del sistema: Soy exitoso, entonces soy rico.  Ahora prefieren ser ricos, sin necesidad de pasar por el éxito, que era el justificativo moral del capitalismo.

No hace falta vender más, no hace falta que la empresa gane plata, no hace falta inventar nada para ganar dinero. No hace falta que las acciones paguen buenos dividendos para que suban

El posmodernismo del capitalismo.



El olvido principal: La Ética

Los ejecutivos y las empresas han dejado de lado otro principio central del capitalismo:  la ética. La proverbial ética protestante, que tanto elogiamos los que alguna vez creímos honestamente en el sistema.

¿Qué ética?, ¿la de los bancos, banqueros, auditores,  calificadoras, funcionarios supervisores (Reserva Federal),  que estafaron a sus clientes, al estado, a sus ahorristas, a sus accionistas, al sistema internacional con las hipotecas mal otorgadas y que terminaron destrozando la credibilidad, los ahorros y la confianza? La de los vendedores al estado americano, que necesitan de los acomodos, la manipulación pública, las guerras con Afganistán e Irak,  el terrorismo real y el publicitado para conseguir ganancias sin control?

¿Qué ética? ¿la de comprar empresas inútiles para aumentar el valor de las acciones y así ganar más bonus? ¿La de radicar filiales en los países emergentes, en deterioro del trabajador americano, pero luego utilizar todos los artilugios para no pagar impuestos en EEUU sobre la ganancia así obtenida, a veces con el costoso apoyo bélico americano?

 Entre la falta de ética y la incapacidad para salir a conquistar consumidores internos y externos, las empresas americanas dependen del gasto público, la inflación y el despilfarro del estado.

Eso es lo que ven los inversores. A la hora de poner su dinero en riesgo, nadie quiere apostar a un sistema que saben por experiencia propia que hace trampas, y que además es incompetente.



La deuda americana puede ser enorme e importante. La incapacidad de sus empresas y ejecutivos es mucho más preocupante.



Con justicia, Wall Street baja.

¡Es la población, estúpido!

Es la población, estúpido


Hace muchos años, un cura inglés, Thomas Malthus, escribió algo que todos mencionan y pocos leyeron. Un tratado sobre el crecimiento de la población.
Sostenía que como la población crecía en progresión geométrica y los recursos naturales en progresión aritmética, la gente tenía que morirse de hambre, y los que sobrevivieran soportarían en su mayoría una extema pobreza, hasta la desaparición de la humanidad.
Los economistas, empezando por el viejo Adam Smith, le destrozaron la teoría. Los teóricos modernos lo consideran una curiosidad histórica, tan equivocado como Ptolomeo cuando afirmó que la Tierra era el centro del universo.
La población mundial ha crecido a lo pavo,  pero sigue comiendo. Entonces Malthus estaba mamerto.

¿Seguro?
La pobreza, la indigencia y la marginalidad siguen creciendo en el mundo,  pese a todas las políticas redistributivas, y pese a que todos los países del mundo  han aumentado hasta la irresponsabilidad el gasto público para resolverlas. Esto con independencia del sistema de gobierno, la ideología o el signo político de los países. La llamada globalización está poniendo en evidencia que la manta económica es corta y que se destapan los pies si se tapa la cabeza.

Comida todavía  hay, porque la revolución de la genética y otros adelantos  científicos lo han permitido.  ¿Seguro que todos comen? O estamos mirando solamente a nuestro alrededor?
Y cómo andamos de sistemas de salud,  jubilación, educación, seguridad, vivienda? ¿Y qué pasa si le agregamos el rampante avance de la droga?

No se puede negar que todos esos sistemas están cada vez peor y van alegremente a un colapso, y que nadie sabe cómo resolverlos, salvo patearlos para adelante.

¿Seguro que Malthus estaba mamado?

OPINIÓN | Edición del día Martes 08 de Marzo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

El duro trabajo de crear trabajo

Si hay un aspecto de la economía que preocupa a los gobiernos, las sociedades y las personas mundialmente, es la generación de empleo. Y con razón. Es el tejido mismo del bienestar, la autoestima, el progreso, el crecimiento personal y de la economía de los países y si se va a los principios, es la base del capital y de la riqueza.

Antes de avanzar un milímetro más, permítaseme definir el término empleo. Es el trabajo ofrecido y contratado por los privados. El estado no provee empleo genuino en ninguna de sus formas. Ni como parte de la burocracia estatal, se cumpla o no con un horario y con una tarea, ni en la forma de planes u otras dádivas, ni con el ropaje de proteccionismo.

Esto también es cierto en el caso de las mal llamadas empresas del estado o empresas públicas, penosos disfraces de emprendimiento sin riesgo ni eficiencia. Como es sabido y probado, el estado es incapaz de crear riqueza o ganancia. Lo que hace en cualesquiera de las personalidades que elige, es simplemente apoderarse de los bienes y la riqueza ajenos y repartirlos con más o menos justicia, más o menos honestidad.

Reformular entonces nuestra afirmación inicial: la gran preocupación de la economía moderna es generar empleo privado. Ciertamente eso es muy complejo, como se puede notar, pero no por eso se está exento de tener que lograrlo. Cuando se habla de que ha cesado el viento de cola, lo que se intenta decir son dos cosas: a) Cada vez es más difícil exportar bienes o servicios, en definitiva trabajo transformado. b) Para exportar hay que bajar los precios, o sea los salarios.

Ahora vamos a llevar esta radiografía al plano doméstico. El desempleo en el sector privado ha empezado a medir y es significativo. Eso es malo en sí mismo, porque la baja de empleo es causa y efecto de la falta de crecimiento y se recicla en una espiral “hacia adentro” que lleva a un estancamiento, a un decrecimiento o a una implosión. Pero también es grave por la muy desfavorable relación entre el empleo privado y eso que se llama “empleo público”. que es sólo riqueza confiscada en la forma de impuestos y tarifas que luego se redistribuye, con mayor o menor requerimiento de contraprestación, entre la población.

Baja el empleo y también baja el nivel de exportaciones. Lo que no es sorprendente. El sistema de indexación inflacionaria salarial tanto en el sector privado como en el público, es sencillamente suicida. Cada año ya parte de un sistema de costos privados y de gastos estatales que contienen la inflación del año previo. A partir de allí, si se emite para pagar esos gastos, se genera más inflación, y si no se emite o se esteriliza el circulante con intereses, se genera una recesión, como ocurre hoy.

Respeto el voluntarismo oriental que sostiene que no hay una crisis. Cada uno tiene derecho a llamar a su enfermedad como le de la gana. Lo cierto es que en las actuales circunstancias, los salarios en dólares deberían bajar más. Eso no ocurre. Los sueldos siguen subiendo por la indexación automática que orgullosamente se cree un logro, y el ritmo del tipo de cambio está muy lejos de alcanzar para tener costos competitivos, lo que es claro si se observan las devaluaciones de Brasil y Argentina.

Cuanto más se defienda el empleo público, más caerá el empleo privado, y los que conserven sus puestos tendrán que mantener a más empleados/beneficiarios/subsidiados o mendigos del estado. Para ello, se recurrirá a la clásica combinación de nuevos impuestos, aumentos de tarifas sin relación con la prestación, emisión/inflación, déficit y toma de deuda.

Las exportaciones de materias primas no están afectadas porque la formación de precios está a cargo del mercado global, pero las exportaciones que contengan un mínimo de valor agregado se encarecerán y disminuirán, que es lo que ya ha empezado a pasar. Eso es menos empleo.

Como los países de nuestra zona no han sabido crear un diferencial de calidad o de innovación –mucho menos de competitividad– cualquier mercado nuevo deberá conquistarse por precio, como hemos dicho tantas veces. De modo que parece bastante inútil hacer el esfuerzo de “insertarse en el mundo” si no se está dispuesto a bajar los precios, o sea a bajar los costos, el gasto, los impuestos y los sueldos en dólares.

Aún aceptando la hipótesis patriótica de que no hay crisis, es fácil advertir que la habrá si no se cambia algo. ¿Qué hacer?

Una idea sería endeudarse como parece querer hacer Argentina, y de ese modo sostener el gasto del estado y la “transformación” que nadie sabe exactamente qué es. Requiere esfuerzo apoyar semejante plan, que lleva directamente al default, a corto o mediano plazo.

Las otras ideas sería seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Indexar la inflación, neutralizar con monetarismo los efectos negativos del déficit, manosear las tarifas y las valuaciones, ordeñar a un campo cada vez más escuálido e ir “manejando” el tipo de cambio para mantenerlo en un nivel insatisfactorio hasta que las reservas aguanten.

Ese camino lleva a la creación de nuevos impuestos, a más inflación, más déficit y a una peligrosa espiralización auto reciclada que necesariamente termina en la peor de las crisis y la más destructiva para la sociedad.

El Frente Amplio ha demostrado su incapacidad para poder resolver esta ecuación. Por ignorancia en muchos casos, por voluntarismo en otros, por ineficacia casi siempre, por disputas ideológicas y populistas que le impiden digerir la realidad. Una realidad que es difícil para cualquier sociedad, cualquier funcionario y cualquier ideología, pero que empeora cuando se la quiere resolver con los enfoques arcaicos de la izquierda.

Cuando la sociedad acepte que enfrenta una crisis económica, o cuando ésta sea tan dura que ya no se pueda negar, inevitablemente sobrevendrá la otra doble crisis política y del modelo. Tal vez a partir de allí se pueda esperar una solución.

Mientras, la economía real se achicará cada vez más.