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Publicado en El Observador 24/11/2020


La jubilación: ¿reforma o tapadádivas?

 

Lo primero a reformar es la discrecionalidad del estado en el uso de aportes ajenos

 





Una comisión de expertos revisa el sistema jubilatorio. ¡Tiemblen mis cuadernas! – Diría un antiguo hidalgo español. Luego del ejemplo (injusto) de la performance de muchas comisiones mundiales de expertos durante la pandemia, siempre las decisiones de un comité, por democrático que eso suene, meten miedo. El tema en sí ya es explosivo. Se mezclan en él la discusión sobre la función del estado y de la acción privada, el concepto de solidaridad, el drama de la ancianidad la necesidad de no encarecer más aún los costos laborales, los derechos adquiridos de quienes, guste o no, tienen un contrato firmado con el estado, que, aunque de adhesión obligatoria, sigue siendo un contrato. 

 

La columna ha advertido que se busca una solución con la que nadie estará conforme. Y habrá que prepararse para un proceso largo, con correcciones y agregados. La situación laboral mundial meterá al retiro en un pantano de inseguridad imposible de evitar por ley ni con populismos, sin caer en el desastre a corto plazo. 

 

Es prudente enfocarse en los errores a evitar más que en hallar las soluciones mágicas. Y el primer error es politizar, partidizar o ideologizar la cuestión. El caso es demasiado serio como para meterlo en semejante corsé. Habrá que repasar algunos conceptos básicos que se han olvidado o distorsionado, incluyendo la simple matemática. Algunos ya han sido expresados aquí, la reiteración se impone frente a la repetición de eslóganes vetustos. 

 

El primero es el correlato de hierro solidaridad-estado conque se enfoca siempre la problemática. Partiendo de la obligatoriedad del aporte, que implica la negación de la capacidad de pensar del individuo, base de la esclavitud feudal y monárquica, se crea el contrato de adhesión forzosa que caracteriza al sistema y que se conoce como “de reparto”. Esa denominación también es engañosa, porque hace suponer que se trata de una limosna, una gracia que el soberano concede y no un derecho contractual. También supone automáticamente la solidaridad entre todos los aportantes. Eso es cierto en lo que hace a la relación intergeneracional: los aportes de hoy satisfacen el pago de los retiros de ayer. Pero no debe significar que los aportes de cada uno puedan perder su identidad y repartirse entre todos. Cuando un gobierno otorga subsidios, seguros de desempleo o pensiones de cualquier tipo con los aportes de los trabajadores, o convalida retiros sin aportes previos, está incumpliendo ese contrato que cree que no ha firmado, porque el método es “de reparto” cuando le conviene. La solidaridad es intergeneracional, pero los aportes no son una limosna obligatoria anónima que el estado redirige a voluntad,  justa o injustamente. Por eso, la cuenta nominal individual debe ser la primera reforma. 

 

Si se restan de las erogaciones todos esos rubros y los retiros concedidos graciosamente, se observará que el sistema está en equilibrio, por lo menos hasta un minuto antes de la pandemia. De modo que cuando se habla del inminente colapso, se está hablando de que la discrecionalidad de la política introdujo gastos que infringen e incumplen el contrato de adhesión firmado de prepo por cualquier trabajador, que estresaron el sistema. Esa es la realidad del planteo. Que luego se le asigne parte de algún impuesto general para compensar esas dádivas confunde a la opinión pública cuando se analiza el sistema de retiros. Lo que no alcanza es la plata para subsidiar. No la plata para jubilar. 

 

 

 

Ese falso criterio lleva a afirmar que el sistema jubilatorio toca fondo, cuando lo que toca fondo es la discrecionalidad estatal para manotear esos aportes sagrados y repartirlos como se le de la gana. Sostener que el estado debe entrometerse aún más, y propugnar un aumento de las cargas laborales de la patronal es autoengaño.  Además de chocarse con el sueño del valor agregado, imprescindible pero sólo declamado, insistir en el mismo fracaso es seguir saboteando el empleo y apañando el gasto del estado no relacionado con los retiros. 

 

El paso siguiente es proponer incumplir otro contrato, el de las AFAP, como hizo Argentina con resultados que no hace falta explicar. Monstruosidad que elimina una alternativa suplementaria que puede ser parte de la solución, y crea una inseguridad jurídica innecesaria, con un apoderamiento ilegal de fondos y pone en manos de cualquier gobierno una masa de dinero fuera del sistema que se repartiría seguramente mal. 

 

Otro error fatal es compararse con los beneficios jubilatorios de países altamente desarrollados, bajo el paraguas de la Unión Europea. No hay cómo parangonar esquemas de alto valor agregado con una economía casi pastoril que pugna por condiciones dignas para nuevos formatos laborales. Torpedear esa posibilidad es condenar a cualquier reforma a fracasar en pocos meses. Y también es dudoso que los países que se usan de ejemplo de dispendio puedan sostener sus graciosas concesiones en el nuevo panorama proteccionista global, a menos que recurran al espejismo de la inflación. 

 

Es equivocado creer que un retroceso en la libertad de comercio globalizada hace innecesaria la competitividad. A menos que se quiera quedar encerrado entre la carne y la pulpa, lo que no colaborará a una solución. 

 

El empleo en el mundo será escaso y difícil por largo tiempo, por el freno que pisaron Trump y otros proteccionistas, por la pandemia y por la cobardía política. No hay cómo evitar que los jubilados sigan igual suerte que los trabajadores. Si se trata de hacerlo se corre el riesgo seguro de empeorar su situación, como ocurre en Argentina. Por eso toda reforma será larga, de años.

 

Y si el estado quiere dar subsidios debe darlos y pagarlos por otra vía. No escondiéndolos tras el disfraz del BPS, en una deliberada y conveniente confusión.

 

 

 

Publicado en El Observador 17/11/2020





La importancia de alinearse

 

Hay que negociar con quienes elijan continuar y profundizar la globalización





 La pandemia es la excusa que faltaba para acabar con la globalización, el formidable intercambio universal de comercio, personas, servicios, inversiones, logística y libertad de los últimos 40 años. Ese círculo virtuoso coincidió con el auge de Internet y su mundo nuevo de negocios, creó riqueza y bienestar y sacó de la pobreza a más gente que ninguna otra etapa o mecanismo en la historia. 

 

La reacción de los fabricantes de diligencias y velas tenía que llegar. La empezó Trump, pero Biden no cambiará demasiado ese panorama. Por la ensalada de ideas de su propio partido, la composición del Congreso, la confusión que hereda y porque al viejo aparato económico le conviene que América sea “para los americanos”, en un significado distinto al que le dieran Monroe y Quincy Adams. Tampoco lo hará Europa, sin Merkel y con gobiernos de burócratas acosados por la turbamulta.

 

Que se haya castrado el libre comercio no quiere decir que el criterio sea válido, y menos que sea reemplazable con gasto y emisión. Eso tendrá consecuencias. Quienes sigan tales rumbos, por decisión o necesidad, se enfrentarán a largos años de deterioro, desempleo y pobreza. Primero las economías más pequeñas y luego las otras. EEUU ya pasó por dramas parecidos, aunque siempre se los cobra al mundo. 

 

Tampoco habría que contar con la región para ninguna asociación inteligente. Chile acaba de abrir una discusión constitucional que -aún con varios anticuerpos y vacunas en su mecanismo – garantiza protestas, parálisis y violencia por dos o tres años clave. Brasil desperdició su momento político y su oportunidad en parte por la pandemia y la desconfianza que acarrea el delirio de su presidente, en parte porque su proteccionismo industrial a ultranza sin el apoyo de Trump lo condena a una cerrazón con resultados previsibles. Difícil ver ahí a un socio para negociar tratados con el mundo ni aún para comprar producción uruguaya. Y cuando empiecen las protestas en serio habrá complicaciones de envergadura. 

 

Argentina desaparece cada día, gobernada no por una coalición, como algún periodismo complaciente hace creer, sino por un conventillo político. Negocia ahora un acuerdo con el FMI en el que ya ha resignado su absurda esperanza de dinero fresco y, pese a lo que asegurara, está comprometiendo un ajuste que necesariamente será explosivo: desde un nuevo saqueo a los jubilados con 40 años de aportes, a la eliminación del IFE, el subsidio por la no-cuarentena, que venía paliando la pobreza colosal, con un coeficiente que angustia. Ambas medidas, además de los efectos individuales y de las consecuencias populares, unidas al ucase de parar la emisión desenfrenada, vaticinan una caída dura del consumo, que profundizará la baja del PIB. 

 

También deberá recomponer las tarifas de energía, algo que el peronismo tanto criticó al gobierno de Macri y que ahora descubre inevitable. Otro golpe al consumo. Dentro del paquete se ha reflotado el llamado impuesto a la riqueza, capricho del delfín Máximo que atacará a la producción y a las grandes empresas y sus accionistas en todo el mundo. No recaudará virtualmente nada, salvo miles de juicios, pero alejará cualquier remoto propósito de inversión. Hay más gravámenes ocultos que se irán descubriendo. 

 

En ese estado de cosas, que tiende sólo a que el Fondo extienda los vencimientos para que caigan en la falda del próximo presidente (que debería ser un loco o un aventurero para postularse en 2023) el ente reclama el pago de los intereses puntualmente, sin diferimientos. Tal vez por eso la carta de los senadores peronistas que instruidos por su jefa espiritual enviaron a Georgieva con el también conventillesco lenguaje de Cristina, acusando a la entidad de haber sido irresponsable al prestarle a Argentina y de haberlo hecho por intereses políticos. Raro modo de negociar. 

 

Con cualquier desenlace de este nuevo sainete, los efectos económicos serán devastadores. Los efectos políticos también: en su lucha para seguir en pie ante los berrinches trumpescos de Cristina, el presidente ha cedido ante el terrible clan de los barones del conurbano y ahora revierte el único logro de reforma política macrista: el de impedir la reelección indefinida de intendentes. 

 

Con esa combinación de factores, el Mercosur deja de ser un foro para discutir cualquier política comercial de apertura. O cualquier política, simplemente. El dúo Fernández se dirige suicidamente a reconstruir la Patria Grande, como lo demuestra cada uno de los pasos que hace dar al país. Desde tratar de reposicionar a Evo en Bolivia, a reunirse reservadamente con la que espera ocupe la presidencia ahora vacante de Perú, Verónika Mendoza, (oportuna K en su nombre), además del obsecuente sometimiento a Venezuela y Cuba. 

 

Pero el mago chino saca un conejo de su galera, (no un murciélago) y firma el RCPE, el tratado de cooperación económica que incluye nada menos que a Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur. Una respuesta estratégica y de potente contenido geopolítico, simétrica al TPP, el tratado transpacífico al que diera la espalda Trump impulsivamente. 

 

La columna ha mencionado a China como posible aliado estratégico comercial, más allá de todas las diferencias de sistemas políticos, y sin sacrificar ningún principio propio. Este acuerdo crea la necesidad de un rápido acercamiento, aún sin esperar la seguramente tardía decisión del Mercosur. Por la enorme importancia de la región. Y, además, porque la señal que está enviando es que hay un importante sector del planeta que aún cree en los principios de la libertad de comercio y sus probados beneficios. 

 

En esa línea, el problema que tendrá que superar Uruguay no es la renuencia estadounidense al libre mercado. Es la oposición del PIT-CNT a toda competencia. 








Publicado en El Observador 10/11/2020


Y yo, ¿dónde me paro? 

 

La larga elección-berrinche estadounidense prolonga las dudas y los miedos globales y locales

 

El último lustro mostró una carrera entre los beneficios de la libertad comercial global, o globalización, y las demandas de bienestar y participación instantánea en esos beneficios de una parte relevante de la sociedad mundial. Más allá de la evidencia empírica, esa carrera, en la democracia moderna, se define en las urnas, con sus implicancias y consecuencias. 

 

Los posGenX, que ya impusieron el estilo prueba-y-error en las empresas, se acostumbraron a un mundo donde el dinero crece en las plantas (de impresión de billetes) descartan toda idea de esfuerzo previo para obtener resultados, y consideran que cada aspiración es un derecho que no se discute y que debe ser satisfecho de inmediato. 

 

Eso trae ventajas y desventajas para los políticos. Las masas que hace 4 años querían que el gobierno resucitara a las industrias obsoletas y al desempleo inherente y eligieron a Donald Trump para que erigiera muros de todo tipo, ahora esperan que el estado evite el daño climático, resuelva el drama del health care, facilite la inmigración latina y reparta la riqueza. Y eligen a Joseph Biden. O se supone que lo eligen, según se verá cuando se disperse el humo y la batalla de los juicios y recuentos. Una grave incertidumbre en el peor momento. 

 

Estos fenómenos están ahora potenciados por los efectos de la pandemia, de la lucha contra la pandemia, y de la lucha contra los efectos de la lucha contra la pandemia, que marcarán el próximo lustro. (Y que también influyeron en estas elecciones norteamericanas)

 

¿Y yo dónde me paro? – Se pregunta hoy Uruguay, como se pregunta el mundo. El problema no cambia: la economía local tiene que crecer, para no tener que afrontar una discusión disolvente y su inevitable grieta. Y debe hacerlo de modo ortodoxo, porque no tiene tamaño ni peso como para adoptar teorías ruinosas. De modo que los deberes que hay hacer son los mismos, aunque haya algunos puntos a tener en cuenta para diseñar un posicionamiento. 

 

Un aspecto en el que Trump y Biden serán parecidos, es el debilitamiento del dólar. Ese hecho evidente no se ha materializado en la práctica porque todos los países hicieron lo mismo, debido a la pandemia o con la excusa de la pandemia: suspendieron la pugna distributiva y las consecuencias de sus políticas previas imprimiendo moneda, aunque se sepa que eso es ruinoso. El dólar no se devalúa porque no hay una moneda contra la que lo haga. Sin embargo, las materias primas agrícolas sí mostrarán ese deterioro. En términos relativos, y sin hacer demasiado, la economía oriental tendrá un fuerte crecimiento en el rubro exportación, que puede aumentar no sólo en valor sino en volúmenes, con la debida inversión, que puede esperarse del lado argentino. 

 

Con un Congreso dividido y un votante que espera populismo por izquierda o por derecha, la emisión yanqui no parará. Las tasas de interés con Biden serán igualmente bajas o nulas. La Reserva Federal no las subirá, aún cuando una mayor demanda pospandemia lleve la inflación a 5 puntos anuales. El endeudamiento estatal y privado tiende a estallar con la deflación y a sostenerse con la inflación. No hay que esperar la FED de Paul Walker o la de Alan Greenspan en su época de economista serio. Eso puede hacer más atractivos los papeles uruguayos y la misma inversión, si se mantiene la seguridad jurídica, financiera y presupuestaria. La confianza será una fuerte ventaja competitiva. 

 

Por esas paradojas (o burlas) de la política, Biden recurrirá a la misma herramienta que Trump en los temas centrales: el decreto. Por ejemplo, en el retorno al tratado climático de París, lo que volverá a EEUU a un camino racional, y encuentra a Uruguay bien posicionado para la competencia internacional no sólo en lo agropecuario, sino como líder de energía limpia, un certificado que será cada vez más apreciado. 

 

La inteligencia del gobierno demócrata estará en mantener y mejorar algunas de las decisiones de Trump que, dejando de lado su estilo, deben ser tomadas en cuenta. Hay tratados a los que hay que regresar. Otros a los que estuvo bien repudiar. La participación en entes burocráticos como la OMS o la Comisión de Derechos humanos y otros similares o aún más inútiles o dañinos, es una política a mantener. 

 

Lo mismo cabe para las bajas de impuestos, que Biden juró revertir. Esas reducciones no aumentaron las inversiones como se esperaba, y el crecimiento del empleo de Donald fue más bien fruto de la tendencia de la economía heredada, pero no habría que aumentar impuestos en momentos en que reestablecer el paso económico es primordial. Biden debe recrear la confianza en el capitalismo. Los sueños de redistribución vía apoderamiento tendrán que ser postergados. 

 

El nudo central, por estilo de personalidad y por concepto, es si Biden es capaz de montarse en el bipartidismo y retornar a su país a ser la locomotora de la globalización que se paralizó con Trump y agoniza con la pandemia. Y en especial, si da pasos firmes para volver a Estados Unidos a su condición de líder del Orden Mundial, mandato imprescindible que no dicta la política, sino la geopolítica. El partido republicano, desde Bush (h), siente que esa tarea es una carga económica sin contraprestación. Si el partido demócrata se plegase al mismo criterio por otras razones, ideológicas, se entraría en una nueva noche negra de la historia. 

 

En esa línea, impulsar la inserción plena de China en el sistema mundial es tarea ineludible, no exactamente con los mecanismos de Trump, que no fueron exitosos, salvo en aumentar costos y el déficit bilateral. Europa ahondó la guerra con EEUU ayer, con nuevos aranceles. 

 

Hay que esperar el regreso a los tratados comerciales. Ese será el más claro indicador del camino elegido por el nuevo gobierno. Si no, la mejor opción será Asia. 



Publicado en El Observador 3/11/2020




El pensamiento chatarra que se enseña 

en las escuelas

 

El laicismo educativo que se pregona no es tal. El dios de la ideología socialista 

se inocula en los textos de estudio oficiales


 


Es sabido que, tras el fracaso de sus experimentos totalitarios estalinianos que azotaron a varias generaciones, el socialismo viró hacia lo que se conoce como gramscismo, la penetración cultural vía la educación y la prensa. Deformando convenientemente la primera hacia un pensamiento único y sembrando la corrección política con la segunda, disfrazada de sociología y sensibilidad. 

 

Si la enseñanza deja de ser ideológicamente laica, si se enseña una mirada única o falsa, de a poco el sistema democrático se vuelve superfluo, vacío y hasta ilegítimo. Por la misma razón que se defiende la libertad de prensa, tan odiada por la izquierda, se debe defender la libertad de enseñanza, tan odiada por la izquierda. 

 

No ocurre así. El sindicalismo docente está en manos trotskistas y eso influye en los programas oficiales y en los textos de enseñanza obligatorios. No es casual que uno de los puntos de la LUC que los gremios quieren neutralizar con el referéndum sea su exclusión de los Consejos de enseñanza, desde donde han convertido la educación en catequesis. 

 

Algunos pocos ejemplos extraídos de un texto obligatorio del último año de Primaria. Hablando del hambre, dice sobre la distribución de comestibles: “los alimentos… se han transformado en una mercancía que se compra y se vende con la finalidad de producir dinero, olvidando que su función principal es alimentar a la población”; para rematar: “obteniendo como resultado una distribución desigual”

 

Uno de los puntos centrales de la concepción socialista es que la distribución es una intermediación innecesaria. Eso lleva a su odio a los supermercados y a toda la cadena logística de abastecimiento. También conduce a los controles de precios, que han venido fracasando desde el proverbial Diocleciano y que constituyen una de las mayores causas de desabastecimiento. 

 

Enseñar este catecismo como idea única omite un hecho harto comprobado por la praxis: la mayoría de los países azotados por el hambre carecen de sistemas de distribución. Cuando el mundo les dona alimentos, estos terminan pudriéndose en depósitos o lotes en los puertos porque la corrupción, la ineficiencia o la inexistencia de sistemas adecuados impide que los productos lleguen a los lugares de consumo. Por eso todos los regímenes comunistas se caracterizaban por las colas de varias horas para comprar pan, o leche. Lo que no se pagaba con dinero se pagaba con tiempo. Con este fraseo y con esta literatura, los niños aprenden a odiar al capital y a la distribución, como si los alimentos pudieran llegar a la mesa por algún milagro (gratuito). 

 

Frases como las que siguen se estampan en el texto como un catecismo, un dogma de fe: 

 

“La soberanía alimentaria se obtiene cuando una sociedad no depende de empresas multinacionales para comprarles las semillas y demás elementos para producir el alimento”

 

“Los monocultivos… debido a la alta mecanización, suelen emplear a pocos trabajadores”

 

“Las semillas nativas… dejan de utilizarse a favor de las semillas patentadas e híbridas que comercializan determinadas empresas, tratadas de tal forma … que obliga a comprarlas todos los años”

 

Afirmaciones falaces que no se compadecen con la evidencia empírica, algo que al gramscismo no lo arredra ni le importa. La soja emplea gran cantidad de capital, tecnología y mano de obra directa e indirecta. Las semillas tratadas han multiplicado espectacularmente la producción agrícola. Usarlas o no es decisión del productor. Pretender no pagar esa semilla es como no pagar cualquier derecho de autor, o cualquier patente. Algo que también odia el socialismo. La soberanía alimentaria en términos de excluir a las empresas extranjeras es un relato que a nadie le importa, basta ver Japón y aún China. 

 

El crecimiento explosivo de la población obligó a un aumento de la producción alimenticia que, inexorablemente, afecta al medio ambiente, y es correcto trabajar sobre ello. Pero sin el capital y la biogenética, sin los avances en las técnicas de cultivo, sin los plaguicidas, la profecía de Malthus se habría cumplido y la mitad de la población mundial habría muerto de hambre. 

 

“Las grandes empresas han ido comprando tierras de productores que no pueden competir en la nueva realidad”, “…estimula que los capitales se queden en el país y aliviana la dependencia económica de empresas cuyos accionistas están a miles de kilómetros…”, “con la finalidad de obtener mayores réditos económicos” sigue el catecismo izquierdista, con amplio desconocimiento y negación. 

 

El otro dato crucial que omite el dogma impartido es la importancia para la economía uruguaya de todos los sistemas y mecanismos que se condenan en estos programas educativos obligatorios, tanto en las escuelas públicas como en las privadas, que deberían (y pocas veces lo hacen) al menos ocuparse de ofrecer visiones alternativas a sus alumnos, más cercanas a la realidad y la verdad. Sin el negocio del agro, sin la ambición y el capital, los países productores quedarían en la ruina instantánea. Y la humanidad se moriría de hambre fulminantemente.

 

Imagine la lectora el escándalo que sería que el programa oficial tratara de imponer un Dios o un creencia determinada. Sin embargo, la entronización del dios anticapitalista antiganancia no merece objeciones. 

 

El mismo libro obligatorio dedica una página entera a elogiar el proyecto Alur, por la soberanía, la eficiencia y las bondades que tiene la producción por parte del estado de alcohol y correlativos para el empleo, los productores y la riqueza de las naciones, que supuestamente no pueden ser logrados por el sector privado, salvo en 170 países. La columna no comentará sobre este punto para no caer en la burla. 

 

Quédese tranquilo. Su hijo está en buenas manos. 




 Publicada en El Observador el 27/10/2020



Hora de arrancar

 

Chile se sumó al tratado tácito Lacalle Pou-Cristina Kirchner de promoción de inversiones en Uruguay




 

El repudio masivo a la Constitución de Augusto Pinochet – que llevó a Chile al mayor crecimiento de su historia y a una fuerte reducción de la pobreza – abre la puerta a la reforma de la Carta magna que será, sin duda, una carta a Papá Noel o a Kuyén, la deidad de los mapuches, cuyas banderas copaban el domingo el cielo de Santiago. 

 

Sin entrar en alegatos teóricos, la inversión en Chile acaba de reducirse a cero. Volverá si en dos años se produce el milagro de que las masas piensen. Por ahora, flota el fantasma de Salvador Allende. El referendo es el triunfo del modelo subversivo de protesta multiespectro fomentada que se tipifica en una oración: “hagan lío”. 

 

Ese modelo de la pedrea es el recurso tramposo de burlar los resultados electorales cuando el socialismo pierde. Localmente, se entiende mejor si se repasan los argumentos de Francap oponiéndose a la reducción del precio de los combustibles y defendiendo la indefendible producción estatal de cemento.

 

Por eso interesa acelerar y facilitar las radicaciones e inversiones frutos de la expulsión suicida de los vecinos, para que sus frutos no se demoren y diluyan en el tiempo. Pasaron siete meses de aislamiento, fatales para los procedimientos de radicación y para la interrelación humana, vital para generar la magia del entusiasmo, las asociaciones, los grupos de trabajo, en lo interno y en el mundo. 

 

Como planteó la nota previa, el trámite de residencia debe ser acelerado drásticamente y transformar los Consulados en un centro de gestión integral migratorio y de filiación. De modo de permitir la entrada de los nuevos residentes de interés. Es muy difícil asociarse, compartir ideas y tomar riesgos entre desconocidos. 

 

Los negocios de tecnología son la opción más fácil para imaginar oportunidades. Negocio que no se limita a los jóvenes que desarrollan una app. También abre el camino al inversor. A quien busca un rendimiento razonable para su capital sin tener que arriesgar en una empresa o un país ignotos que probablemente se lo birlen. Aquí hay una tarea para ese personaje tan típico de Uruguay que es el agente financiero, experto en banca privada, family officer, especializado en canalizar patrimonios en los bancos del mundo, que ahora no tienen campo de acción por límites legales y porque el rendimiento es cero, igual que las comisiones.  

 

Una nueva tarea para ese grupo, que cuenta con conocimiento de la plaza y también con la confianza de muchos protagonistas, es unir a los emprendedores del sector con los inversores. Como se sabe, ese negocio de ángeles, incubadoras y alianzas implica también un aporte de experiencia empresaria del inversor que ayude a la naciente empresa a salir a bolsa o a consolidarse. Un nuevo modelo de negocios más factible en un país que permite la entrada y salida legal de dinero y que tiene un credit rating que no daña la inversión ni el crédito privado, algo inviable en Argentina, por caso. 

 

Los agentes financieros, ahora desocupados, deben usar esta oportunidad, si aún su sagacidad no los ha inspirado. Son ellos quienes pueden organizar rondas de Zoom o Webinars para mostrar las oportunidades, convocar y unir a las partes. Parecido a lo que ocurría en las Ferias y Expos internacionales. No es difícil comprender que alguien con un cierto capital que se radique en Uruguay, además de gastar en un par de autos, una casa y el colegio de algún hijo o nieto, estará tentado a ejercer su vocación empresaria localmente. Es un servicio que sería apreciado por todos los factores y que no se limitaría a conectar a las partes, sino que crearía una continuidad y un seguimiento de los negocios.  

 

Este formato no se limita al mundo online. La obtención de fondos para desarrollo de universidades y hospitales privados de alto nivel, como ocurre con las inversiones inmobiliarias, es otro negocio que puede seguir el formato de Internet, de emprendedores que conocen la actividad y capitalistas que se suman con dinero y expertise empresaria. Y siga imaginando.

 

El mercado de la soja y otras commodities agrícolas es otra veta, no ignorada por los argentinos, transformadores en ese rubro. La devaluación inevitable del dólar tras los desatinos de la Moderna Teoría Monetaria, magnificados por Trump, garantizan que esa devaluación se materializará contra bienes. Las commodities en primera línea. ¿Será demasiado optimista pensar en una soja de 550 dólares o más en un año?  Este cambio permite imaginar muchos formatos de inversión y negocios.

 

Las Pymes industriales, destrozadas por el sistema argentino de gastoloco, impuestos a mansalva y juicios laborales, a las que la bicentena peronista dio el golpe de gracia, son otra oportunidad. Se trata de empresas medianas que abastecen el mercado regional, fabricando pequeñas máquinas y repuestos o brindando service para maquinarias importadas, cuyas piezas originales son carísimas. No es un negocio menor, y genera empleo a personal calificado que Uruguay posee o puede entrenar. Mercado desatendido por la enfermedad argentina. Combinando ese rubro con las zonas francas y algún sistema inteligente laboral, (un oxímoron a superar) hasta el mismo vecino será cliente, forzado por su propia torpeza. 

 

Importa empezar hoy, sin esperar el fin de la pandemia. Por eso la insistencia en los Zoom, los folletos comprehensivos, los agentes financieros. Para que la estadía de los Grobocopatel o Galeperín y otros con una ínfima parte de sus tenencias, no se limite a una vacación eterna mientras manejan sus negocios a la distancia, sino que puedan canalizar localmente su entusiasmo y sus sueños, o para provocarlos. 


El gobierno necesita mostrar éxitos de su propuesta central de crecimiento dentro del próximo año. La acción tiene que empezar ya. El futuro también.

 

La imposible unión de los liberales

 





La discusión sobre si los liberales se deben o no unir políticamente para enfrentar a los gobiernos populistas es superficial e irrelevante. Y casi futbolera. Faltaría que se dijera que “el liberalismo unido jamás será vencido”. 

 

Los principios liberales son universales y han sido suficientemente difundidos. En términos económicos, lo que se denomina economía liberal no es más que el formato de libertad, derecho de propiedad y limitación de la intervención estatal (el moderno rey) sobre la actividad creativa y productiva privada, en definitiva, la acción humana

 

Esos principios han sido aplicados reiteradamente en el último siglo, con más éxito que cualquier otra propuesta, tanto en términos de crecimiento de riqueza, de bienestar y de reducción de la pobreza por gobiernos y países disímiles en ideología y en organización política. De modo que no haría falta para aplicar la filosofía, los principios y las prácticas del liberalismo que ese colectivo imaginario al que se denomina “los liberales”, se uniese para actuar en política. No se trata de una esotérica fórmula secreta, ni de una secta con prácticas áulicas. 

 

Hasta en algún punto es conveniente que el liberalismo continúe su prédica filosófica y ética, y que quienes la apliquen sean los sectores políticos y, sobre todo, “los hacedores”, es decir, el selecto grupo capaz de hacer cambios, de persuadir, de conducir a los pueblos. 

 

El enfrentamiento entre Alberdi y Sarmiento, dos liberales indisputables, muestra esa diferencia. Alberdi era un pensador, un predicador liberal. Sarmiento era un hacedor, y aplicaba las ideas liberales porque las creía convenientes para su sociedad. En esa tarea, el tucumano le marcaba los principios y el sanjuanino lo insultaba con estilo, pero groseramente. Y hacía.

 

¿Podrían Tocqueville, Hayek, Mises, Menger, Locke, Popper, Smith, Friedman conducir las transformaciones de Corea del Sur, Taiwán, Chile, Singapur, Paraguay, Malasia, aún la de China? (aunque moleste el ejemplo) No. Hace falta otra condición, otras características de personalidad, otra tozudez, otra capacidad para estrellarse una y otra vez, para vencer obstáculos, algo que tienen los políticos capaces de generar las grandes transformaciones. (para bien o para mal) Son ellos quienes deben tomar los principios liberales y aplicarlos para el bien de sus pueblos. 

 

La vehemencia o la verba encendida hacen creer que quienes la esgrimen están mejor preparados que los reflexivos y serenos para aplicar tales ideas y principios. Es sólo una ilusión que además ignora los vericuetos de los presupuestos, las burocracias, las democracias. El riesgo es elegir un Guy Fawkes intratable que inmole con él a una generación o malogre las pocas oportunidades. Justamente por eso hacen falta los Alberdi y los Sarmientos, aunque se insulten entre ellos. Pero no tienen por qué actuar en el mismo partido, en equipo, unánimemente. 

 

Las características de nuestro sistema político, que como todo sistema político puede ser justo, equilibrado o perverso, según quiénes lo apliquen y según cómo sea la sociedad, también empuja a hacer pensar que una dispersión de esfuerzos conspira hasta matemáticamente para poder colocar un diputado o para imponer un presidente frente a un movimiento marabúntico como el peronismo, que siempre se comporta electoralmente como un sistema de lemas, pero que termina legislando y eligiendo monolíticamente casi atávicamente. Además de que eso no es cierto en el caso de las elecciones de diputados, tampoco se verifica en las elecciones presidenciales. Si se estudian las cifras electorales comparadas, el peronismo hoy gobierna porque Massa decidió pasarse a sus filas de nuevo. Y nada que hubiera hecho Macri, el liberalismo o quien fuere en materia política podría haber cambiado esa suerte. Salvo gobernar bien, que es otra historia, y aún así relativa. 

 

La moderna utilización del término libertarismo como sinónimo, complica esa unión. En algún punto funciona como una denominación de marketing, que se contrapone a la de neoliberalismo, creada por la izquierda para no exhibirse como enemiga frontal de los principios de libertad, propiedad y derecho que defiende el liberalismo. Al mismo tiempo, el libertarismo es una versión más disruptiva, más urgida e instantánea del liberalismo. Una mutación adolescente de las mismas ideas. Con lo que es probable que un libertario Rothbardiano esté predispuesto a unirse con un liberal y viceversa. Lo que tampoco importa demasiado, a menos que se quiere hacer encaprichadamente un partido político. 

 

A esto se suma otra confusión: la de las escuelas económicas, que a su vez abren otra diferenciación entre el conservadurismo y el liberalismo, que claramente no son la misma cosa. Es común que la gente pida que se unan partidarios de estos dos conceptos que no casan políticamente. En su desesperación por encontrar una nueva oposición que no se parezca al peronismo, intenta minimizar diferencias filosóficas y políticas de fondo, empujando para que se unan quienes no pueden estar unidos porque piensan distinto. 

 

En ese camino, se llega hasta la descalificación o el insulto a quienes no quieren unirse, se mimetiza el concepto “liberal” con el de “oposición” y se piden milagros que difícilmente puedan funcionar más de unos meses sin partirse. 

 

En este momento caótico de argentina, sin esperanzas y con un sistema deliberadamente oligopólico del poder, en lo electoral y en el ejercicio político en general, habrá que empezar a pensar de otra manera. Cuando se habla con los politólogos cercanos a la trama de los partidos y a la famosa rosca política, o con los medidores de opinión avezados, la sensación es vomitiva. Un entramado de traiciones, trampas, dinero, maniobras, mentiras, fraudes y mugres de todo tipo que parece diseñado no sólo para beneficio de un par de partidos mayoritarios, sino para que la gente honesta se aleje corriendo despavorida. 

 

Es posible que esto sea así en casi todas partes, como ocurre con la pedofilia o las violaciones, pero eso no deja de ser repugnante y denigrante. No es casual que el liberalismo sea execrado desde la derecha, la izquierda y el centro. Los principios no tienen lugar en ese teatro, ni sirven. Y hasta no es poco común que algunos lleguen enarbolándolos para dejarlos de lado una vez que logran participar. 

 

Todos los intentos de pactar con los partidos políticos pequeños para usar su cáscara legal y poder candidatearse, a veces inventando alianzas meramente formales para aumentar las jurisdicciones y en consecuencia las opciones electorales, han resultado penosos y frustrantes, por las mismas razones descriptas en el párrafo previo. Y por supuesto, todo intento de conseguir una unidad ideológica por ese camino está condenado al fracaso y al esfuerzo inútil. Cuando se introducen los costos económicos de cualquier intento político para aspirar a un resultado exitoso el problema se agrava: sólo un billonario o un delincuente en potencia puede afrontarlos, casi una inversión. 

 

Siguiendo esta línea argumental, la única variante posible es la creación desde cero de un partido. Frase que inmediatamente merecerá un comentario unánime: imposible. Con una sola respuesta: si no es posible constituir un nuevo partido político, con su base filosófica y principista, su capacidad de formación, el trabajo legal y técnico que eso implica, incluyendo la lucha inevitable en varios frentes para lograr su entidad jurídica contra el oligopolio reinante, no se estará en condiciones de influir en la sociedad para un cambio integral que, aunque tome años, lleve a un resultado exitoso, al restablecimiento de una unidad de país, a un criterio, a una patria. Todos los intentos serán ejercicios de egolatría, búsqueda de fama transitoria, seguidores en Twitter o figuración, haciendo un esfuerzo para no pensar mal. 

 

Que surja un partido nuevo, integrado por miembros respetados y respetables, que elija el camino liberal si lo cree adecuado en los temas en que los crea adecuados. Que sea honesto, patriota, capaz y hacedor. 

 

Nosotros, los que nos pensamos liberales, sigamos tratando a nuestro nivel de ser Alberdi, aguantando el fortín hasta que nos lleguen los Sarmiento, los Avellaneda y los Roca.